El Real Valladolid perdona demasiadas ocasiones y acaba pagándolo en su derrota frente a la UD Las Palmas

Está el malo malísimo feliz de la vida con el héroe sometido en una silla, al borde de un acantilado, frente al vacío de un edificio de siete plantas… donde sea. Ha llegado a tan magnífica situación tras urdir un plan increíble, magnífico, en el que atrapa a la rubia de la peli, siempre se antojan un poco tontas aunque no lo sean, y tras haber canjeado su libertad por la del protagonista, por la del guapo de turno.
Y entonces, a mí se me ocurren mil maneras de dar muerte al bueno, pero, en cambio, al malo solo le entretiene el estar disfrutando de la agonía de su antagonista. Bien es sabido que de sangre fría estos malos adolecen, porque, por ejemplo, nunca ejecutan un tiro en la cabeza para acabar la historia. Nunca. Se entretienen y juegan con el rehén mientras la rubia grita desesperada desde una esquina: «¡Oh, no amor!».
El final, el de siempre. El bueno, en una acción heroica y valerosa, acaba derrotando al malo y rescatando a la rubia, pero esto no debe engañarnos. Hollywood se mantiene de una mentira: la heroicidad del héroe. Esto no es cierto, el final viene dado por el mal obrar de quien no le dio muerte cuando pudo hacerlo. Y así, en Zorrilla sucedió algo parecido.
El malo, que en este caso es el Real Valladolid, tuvo al bueno encañonado durante mucho tiempo, listo para rematarlo y acabar la historia. Pero Jeffren no pudo, el Pucela no supo y Las Palmas acabó llevándose el partido más por no haber sabido el equipo de Rubi sentenciar el encuentro que por auténticos pasajes de acción heroica.
Grandísimo desastre que comienza con el ya citado Jeffren comprando las botas de marca ACME. Esas que luego se le hicieron tan pesadas como las medias que arrastraba por los tobillos. Hasta el minuto sesenta el Valladolid había dominado, Óscar Díaz había vuelto a marcar y estábamos jugando los mejores minutos del campeonato en la segunda parte. Ahí estuvo el partido, ahí el villano perdonó al héroe, quien encontró su punto salvación en el penalti cometido por Peña.
Dicho penalti fue como ese colega inoportuno que llega cuando ya por fin estás hablando con la rubia y te empieza a contar que su novia se ha enfadado con él y te estropea la noche de igual manera que tú le estropearías la cara de un guantazo.
A partir de ahí vino la deriva posterior, el ocaso del régimen del mal, la apoteosis del bueno, los lamentos en casa del pobre, la llorera del coyote… Todo eso, y además, el bueno se lleva a la rubia. Enfadados, nos revolcamos en polvos ‘pica pica’ por no haber acabado con los del jersey amarillo.