La presión central del Mirandés en el primer periodo obligó al Real Valladolid a recibir de espaldas y ocasionó múltiples pérdidas de balón, subsanadas, en cierta medida, por los cambios efectuados en la segunda mitad
Rubi encuentra potencialidades en su corta plantilla como un niño descubre flores vivas entre los escombros de una plomiza guerra; la toma, le da la vuelta, escruta las alternativas a un mismo dibujo con el que, a priori, parte en cada encuentro, configurado en dos mediocentros, un enganche, dos extremos abiertos y móviles y un delantero en punta. En Anduva, desplegó un libro de recursos desde una primera decisión que sentaba a Óscar Díaz y otorgaba la titularidad a Jeffren Suárez. En punta.
El enganche hispano-venezolano ya se había desenvuelto en aquella posición en la cantera del FC Barcelona. No le resultaba extraño, e incluso le confesó a Rubi que una de las zonas que podía habitar era, precisamente, la referencia.
No obstante, un futbolista de las cualidades de Jeffren no cumple con el arquetipo de nueve receptor de balones laterales, sino que se ajusta a un prototipo volátil de delantero, quizá más moderno, capaz de flotar entre los mediocentros rivales y su defensa, e incluso de permutar posiciones con sus compañeros de la mediapunta.
En Anduva, el plan no maduraba. El Real Valladolid se confrontaba con una ola de presión de los jugadores del Mirandés ante la que tartamudeaba y fallaba el dispositivo de una circulación de pelota insostenible. Las primeras entregas y, en especial, las segundas, terminaban en controles defectuosos de espaldas de los futbolistas de ataque.
Así, el Valladolid no dejaba de acumular pérdidas de pelota en un ataque posicional desvanecido a 35 metros de la portería de Razak. Priorizaba la salida lateral, hacia un Chus Herrero poco hábil en las recepciones de balón y en la continuidad de la posesión, una situación agravada por un bloque de presión constante en zonas centrales de los futbolistas rojillos. Los blanquivioleta, por tanto, ni desbordaban ni profundizaban en sus movimientos ofensivos. Óscar González tenía que descender a sectores medios con el fin de reestructurar una posesión, también, desvalijada por un Mirandés inagotable en el fútbol directo, promovido por Docal e Igor Martínez.
El poco tráfico en la última parcela de la cancha del Mirandés preocupó a Rubi, que tras el tiempo de descanso decidió virar el dibujo 180 grados con la inclusión del delantero del Promesas, Guille Andrés, por un central, Samuel Llorca. La operación arrojaba múltiples modificaciones en la disposición que había partido de inicio.
Johan Mojica retornaba al lateral izquierdo por el que teóricamente había sido incorporado al club; Peña se ubicaba en el central zurdo; Jeffren abandonaba eventualmente la posición central de ataque y se trasladaba al flanco derecho, banda contraria a la ocupada, en consecuencia, por Bergdich. Parecía un esquema más natural, menos beta. Los jugadores abiertos ocupaban sus bandas; el delantero con gol, la referencia; y el carrilero zurdo, un sector de influencia del que extrajo el cambio de dinámica.
Porque desde las llegadas de segunda línea de Mojica comenzó el Real Valladolid a manifestar méritos, que demuestra con más facilidad cuando emplea el balón como medio para evolucionar. No en vano, encuentra en el contragolpe un recurso óptimo, refrendado por las notables actuaciones de Bergdich y Mojica cuando bailan a campo abierto. Precisamente volando, el extremo caleño halló oportunidades para llegar a línea de fondo y lanzar balones al área mirandesa, donde el Valladolid no disfrutó. El factor Guille dejó dos ocasiones de gol que atestiguaban un dominio blanquivioleta, insuficiente para marcar la diferencia.
Y, como Rubi quería asestar un golpe maestro que desubicara a Carlos Terrazas, dio entrada a Óscar Díaz por Óscar González y a Omar por Bergdich, seña de que anhelaba un rango más notorio de asociaciones por dentro que, a su vez, abrieran los carriles exteriores para las internadas de Mojica.
Díaz, en todo momento, se movió tanto de segundo punta como en la banda derecha, lugar donde se establecía Guille Andrés. Jeffren regresaba nuevamente al carril central para ejercer de eje y de último pasador. Y junto a Omar, Díaz y Guille edificaban un corazón combinativo que lograba estabilizar la posesión en el campo del Mirandés, fiado, en la segunda mitad, a los contragolpes.
Rubi consiguió que el Valladolid fuera más Valladolid, pero no resultó suficiente para superar a un Mirandés cuyo entrenador, Carlos Terrazas, empleará el encuentro como referencia para el futuro, tal y como afirmó en el análisis del empate.