La cima de la Liga Adelante se tiñe de blanquivioleta gracias, en gran parte, a un entrenador que lee los partidos con inusitada precisión

Veníamos de una temporada que parecía escrita por Fred Manzoni, con el descontrol gobernando y los viejos errores llamando a la puerta sabiendo que íbamos a abrir sin preguntar. Nos habíamos acostumbrado a no pedirle explicaciones al desamor. Todo Valladolid abrazó el conformismo pensando que era lo más justo.
El descenso pasó de mal sueño a inevitable, convirtiendo el verano en un pesado tedio ante la falta de ilusión. Caer otra vez al infierno sin saber si algún día saldrás de él, amargó, una vez más, a una afición cansada del llanto, pero conectada a él.
Sin embargo, llegó Rubi. «¿Quién?», se preguntaban muchos. Un semi desconocido con sonrisa juvenil y actitud descarada. Una persona que consigue mezclar en tu cabeza sensaciones tan dispares como desconfianza y esperanza. Quizá era lo más necesario. No ilusionarse demasiado, pero tampoco caer en la depresión del que se queda soltero y se pasa las noches esperando una llamada reconciliadora que nunca se produce.
En sus primeras ruedas de prensa se le vio atrevido, muy seguro de sí mismo, de sus ideas. El paso de los partidos, tanto amistosos como ya oficiales, confirmaba mis sospechas: Rubi es un entrenador diferente. Y digo diferente en el sentido positivo, ya que siempre ha ofrecido una abrumadora habilidad para leer los partidos, tanto en la pizarra como desde el área técnica. Hasta sus improvisaciones se manejan por lógica, no por corazonadas.
Resucitó al muerto, le pegó dos guantazos y le puso a caminar. La psicosis de las jugadas a balón parado en defensa se han convertido en acciones que ya no congelan el aliento. Incluso las transiciones defensivas, otrora hilarantes y desmelenadas, pasan ahora por la normalidad del que va a por el pan con el dinero justo cogido del bote de los céntimos.
No suele repetir alineaciones, demostrando que analiza cada encuentro sin intención de vivir de las rentas. Siempre propone un equipo capaz de exprimir sus virtudes minando las del rival. Tan pronto te coloca un once contragolpeador como te anuncia una alineación de posesión blanquivioleta y bajas revoluciones.
Ante el Girona, centro del campo con Sastre y Leão, desatando a Mojica y Bergdich. Sacrificio en la medular y fantasía en las bandas. El cuadro catalán, acostumbrado a sentirse seguro encima del escenario, vivió una comida con los suegros. Con 1-0 a favor, metió a Jeffren por Óscar Díaz, desordenando así los pensamientos del técnico rival. No había referencia ofensiva, pero sí un ataque bullicioso, capaz de plantarse en el área con tres toques.
Con el Girona intentando cerrar las grietas en lugar de abrir alguna en el Pucela, Rubi ofreció un nuevo giro al estilo de Christopher Nolan y quitó a Bergdich para meter a Timor. Los rojiblancos se perdieron intentando leer la jugada y se encontraron con el 2-0 gracias a la inagotable magia de Óscar, que sentó a un contrario sin tocar el balón para luego ponerle un balón perfecto a Jeffren. El canterano del Barcelona irrumpió como un ‘killer’ y definió con maestría.
Una vez más, Rubi maduró el partido antes de jugarlo y lo decantó con dos toques magistrales. Solo falta que el Pucela acabe un partido con tranquilidad –el Girona acortó distancias en la recta final–, pero eso ya es pedir demasiado. Si quieres un desenlace suave, mejor ponte el telediario, que empieza con escándalos políticos y acaba con el tiempo.