El Real Valladolid hace cuatro goles al colista, pero sufre en demasía ante un Albacete sin mayor mérito que la voluntad
Durante la semana, o incluso durante las últimas, se venía propagando por la ciudad el rumor de que el Real Valladolid no tiene gol. Era, el Albacete, un rival propicio para demostrar que sí, para desmentir el mito. Para completar un buen partido, en fin, que sirviera para continuar en la parte alta de la tabla. Y en ella se sigue, merced a los cuatro goles anotados, que, en efecto, niegan la mayor. Aunque no todo fue tan bueno.
Solo por la inercia de ser mejor equipo, por sus bondades –esta vez, poco lustrosas– y por las penurias albaceteñas, los blanquivioletas acabaron sumando los tres puntos. Sin sufrir demasiado, se podría decir, pese a que tuvo que remontar y a pesar de que los de Luis César Sampedro amenazaron al final. Quizá otro rival… Conviene loar la fe de los manchegos, empero, pues se mantuvo hasta el final. Fueron bálsamo para el ataque del conjunto de Rubi, pero aceite para todo lo demás.
Y es que no deben ocultar los cuatro goles que el Real Valladolid no fue él, que diría el serbio. Efectivamente, palían aquello que preocupaba, pero, a cambio, vienen acompañados de algo que si no se le llama preocupación, al menos sí genera cierto malestar o sensaciones adversas. Y es que el equipo, a costa de ese afán anotador, del ímpetu del ‘Queso Mecánico’ o vaya usted a saber el qué, no mostró la consistencia precedente en otras labores como la defensiva.
Prueba de ello es que el Albacete empezó asustando, merced al error de Timor a la hora de buscar rechazar un centro lateral y a la tibieza de los centrales. Marcó en el minuto ocho Rubén Cruz, en la confirmación de que el Pucela no había salido bien. Recobrado el color, los de Rubi poco a poco fueron teniendo más el balón, pero más para hacerlo correr que para amasarlo –lo cual no es malo–.
Mojica y Bergdich, de nuevo en su mejor versión, estiraban el campo por los costados, lo que permitía a Óscar moverse con fluidez por dentro. Entre los tres castigaron a la débil defensa local, principalmente los extremos, puñales por su velocidad. No solo eso, sino que además los laterales subían con acierto cuando ‘The Brothers’ se iban adentro, por lo que los cinco pasillos estaban bien ocupados.
Y en estas llegó la remontada. El Pucela se desplegaba al ritmo de Wagner y su cabalgata de valquirias, y los albaceteños solo podían huir a resguardarse en la cueva que era su meta, como los hogareños cuando el teniente-coronel Kilgore huele a napalm y los cazas sobrevuelan sus cabezas. Lo sintió Rubi en la banda cuando Óscar mandó el primer zambombazo. Y siguió sintiéndolo después con los dos de Bergdich y el de Mojica.
A la hora de encuentro, con el uno a cuatro, Rubén Díaz fue la ola que jamás se llevó mar a dentro a Kilgore mientras surfeaba. Marcó desde fuera del área un golazo que vino a ser como el aviso de la batuta de Benjamin Britten antes de que empezase a sonar su ‘Guía de orquesta para jóvenes’. Sonó épico, apocalíptico, aunque los acordes del viento parecían inofensivos. Pasó a ser allegro con el transcurrir de los minutos y, hacia el final, llamó a la tragedia con la percusión y la conjunción de nuevo de la orquesta, en forma de gol, el de Rubén Cruz en el descuento.
Por si quieren evitar las alusiones musicales y los enlaces incrustados en los dos párrafos superiores: el Pucela, después del despiste inicial, amenazó y golpeó hasta en cuatro ocasiones, tres en la primera mitad y otra en la segunda. Lo hizo volando, al ritmo de sus alas, más con la prisa que caracteriza a los exteriores que con la pausa que muestran los hombres de dentro. Luego se dejó llevar. No era la idea, la intención era resguardarse y respirar, lo que se convirtió en sinónimo de ser pasivo. Y así el Alba creció.
Volviendo al bálsamo y el aceite, puede decirse que el conjunto que dirige Rubi se curó la herida con cuatro goles, pero a la vez cuajó un encuentro que no mezcla con los anteriores, como si estos fueran agua. Como siempre, como en todo, en el punto intermedio estará la virtud; en ser capaces de dañar al rival encontrándose a sí mismo. Porque el Valladolid lo es más con prisa, pero es mejor con pausa. Y, en todo caso, es más y mejor con la tensión que faltó al final.