Delirios sobre hermanos y fútbol
Siempre he tenido buena memoria. Y oye, que me encanta recordar. Tanto, que a veces mi memoria se toma un descanso, asqueada de tanto trajín. Pero acaba volviendo, para seguir almacenando recuerdos. Tengo memoria y de verdad que no os miento. Pero ya no solo memoria de las de ‘acuérdate de la cita del médico’ o ‘tal día es el cumpleaños de Pepita’, no.
La capacidad favorita de mi memoria es la de almacenar sensaciones y detalles. Recuerdo colonias que me hacen volar hasta momentos y despiertan mis sentidos. Tengo grabados en mi memoria instantes que alguna vez significaron algo para mí, algo así como si fotografiase cada momento que vivo y que hace que me sienta feliz. Quizá por eso me gusta tanto la fotografía, no sé.
Pero si hay algo que marca mis recuerdos desde el primer momento en que pude tener contacto con él, como si de una cuerda invisible nos uniese, aunque fuese dentro de la ‘tripota’ de mi madre, fue con mi hermano. Y así será, de por vida.
Ay, los hermanos. ‘Curioso espécimen’, estará pensando cualquiera que esté leyendo esto y haya sido bendecido con estos –a veces– animales, en el amplio sentido de la palabra.
Lo que pasa es que hay varios tipos de hermanos. Están los molones, los insoportables, los que te roban la ropa, los que te preguntan si los fantasmas serán de colores, los que se pasan el día intentando hacerte rabiar –el mío, un experto–… Cientos de miles. Y después, entre todos los tipos de hermanos, al final, pero no por ello menos importantes, están los amigos. No sé quién fue el que meditó y lanzó al mundo la frase ‘los amigos son la familia que uno elije’, pero oye, que desde aquí un aplauso. Razón no le falta.
Y la verdad que, volviendo al fútbol (a Blanquivioletas, que para eso me dan la oportunidad de daros de vez en cuando un poco la murga), yo por aquí he visto muchos de esos amigos, hermanos, inseparables personas que acabas contando como un pack, en vez de tenerlos en cuenta como ‘individuos individuales’, que para eso es lo que son.
Cuando empecé yo en esto de levantarme los domingos prontito para subir a Los Anexos, descubrí a uno de Madrid, y a otro de aquí, de la capital del Pisuerga, sembrando la locura adornada de un poquito de fútbol por los aledaños del José Zorrilla. Se hacían llamar ‘La Tracabanda’ y de manera separada se llamaban mutuamente ‘FontQ’ y ‘ChuchiQ’. Sí, habéis leído bien. De verdad que no estoy loca.
Uno extremo, otro lateral, se alternaban en la banda derecha de los Anexos para mandar balones sin descanso a la delantera del Promesas, comandada por ‘QuiqueQ’, el goleador. Fuera del terreno de juego, después de vivir y contar penas y glorias, seguían siendo inseparables, una de esos equipos que hace que te resulte imposible no sonreír si los ves en acción.
Después de muchos buenos momentos, de provocar muchas risas, y de acompañarse en momentos duros, La Tracabanda acabó disolviéndose, por esto de que el fútbol te lleva donde tú quieres, preguntando tu opinión, pero sin tener en cuenta tus deseos.
Desde entonces, puede que solo pasando por la cooperativa Peli – Pérez o por la sociedad que formaban Álex González y Rubén Díaz se haya visto por Pucela unos lazos de hermandad, con todo el peso de la palabra, como los que tenía La Tracabanda –y si me he dejado alguno en el tintero, lo siento, mi memoria se habrá ido de paseo–. No serían los últimos.
El destino, caprichoso, como siempre, quiso que la temporada pasada se juntaran para defender la blanquivioleta y llevar al Promesas a Segunda B –entre muchos otros–, un chico de Albacete y otro de Castellón. Uno –se repite la misma historia– extremo y el otro lateral, los dos de primer nombre Juan, se ‘unieron’ por para azar compartir casa y una temporada para soñar.
Juanjo y Juanmi aprovecharon las casualidades para bautizarse como la Doble J, manera con la que sellaron un pacto de hermanos que, seguro, durará toda la vida, para compartir los malos momentos y aprender de ellos, pero sobre todo para reír disfrutando de los buenos, con pavo real o sin él (cosas del Campo Grande).
Hermanos, fútbol y felicidad. Porque a veces, hay algo mejor que una tarta y pegatinas.