La SD Ponferradina supo paralizar a los desequilibrantes extremos del Real Valladolid, que se topó con una barrera defensiva infranqueable a pesar de las ocasiones de gol

El Real Valladolid volvió a chocarse con una realidad que, con el paso de la temporada, le dejará de ser ajena: tener que derrumbar sistemas defensivos sólidos, aleccionados para soportar durante tiempo fases sin balón, de un sometimiento físico que siempre ha caracterizado a los equipos de Segunda División.
Defensas que, en periodos de ataques combinados locales, en este caso, del Real Valladolid, pueden reforzarse con un jugador más a la línea de cuatro, como de manera eventual hizo Manolo Díaz, entrenador de la Deporiva, con Paglialunga. Los blanquivioletas, prácticamente desde el principio, trataron de llevar el timón de la posesión y la Ponferradina, formada en un bloque bajo –en determinadas situaciones, adelantado para complicar la salida de pelota–, estiraba su última línea para fijar a los dos extremos del Real Valladolid.
El objetivo de Manolo Díaz resultó esclarecedor: paralizar a Bergdich y Mojica y ser esforzados en las ayudas defensivas para incrementar las posibilidades de transición ofensiva rápida. La Deportiva optó por trasladar la pelota lo más rápido posible al campo rival, hacer girar la defensa blanquivioleta y sacar rédito de los espacios abiertos por la propia disposición en ataque del conjunto de Rubi.
Con todo, salvo en algunos acercamientos eventuales, Varas no tuvo que emplearse a fondo, la Ponfe no propiciaba superioridades en ataque y, para más inri, los centrales, Rueda y Samuel, estuvieron atentos al corte y solventaron con suficiencia los balones largos que caían en tres cuartos.
En cambio, el Valladolid presentó más iniciativa ofensiva y, sin avasallar –sí, en parte, en los últimos quince minutos, sobre todo tras la entrada de Guille Andrés, delantero, por André Leão, medio–, fue capaz de generar ocasiones de gol más claras que en otros encuentros en los que extrajo la victoria. Primero, Óscar Díaz, recién iniciado el partido; más tarde, Bergdich, con un disparo que minimizó Dinu Moldovan; el gol, anulado a Johan por una falta de Díaz en el área chica; y la más clara del encuentro, del delantero madrileño, que erró delante del guardameta rumano.
El técnico del Real Valladolid, Joan Francesc Ferrer, Rubi’, admitió que firmaría gozar de situaciones de gol así en el resto de partidos. Las ocasiones representaron una de las notas positivas para los pucelanos, además de dejar, de nuevo, la portería a cero –por cuarto encuentro consecutivo- e ir disipando las dudas nacidas sobre la defensa de los balones parados. Pero la nota negativa, en esta situación, fue más sonora y apuntó directamente hacia la dificultad para cristalizar la superioridad y, concretamente, a potenciar el rendimiento de los futbolistas abiertos del 1-4-2-3-1 pucelano.
Porque, si en algo se mostró certera la Deportiva fue en los marcajes individuales tanto a Mojica como a Bergdich, acciones defensivas que silenciaron el desequilibrio anhelado por Rubi, y que confiaba en repetir después del encuentro en Soria. Especialmente Camille, el lateral izquierdo de la escuadra blanquiazul, ejerció una defensa pegajosa de la que Bergdich no pudo desasirse. A ello se añadía la dificultad del carrilero franco-marroquí para crear ventajas en su flanco –igualmente sufrida por Mojica–, cuya zurda le empujaba a ejecutar diagonales interiores y acercarse a zonas habitadas por ambos Óscar.
Como resultado, en la segunda mitad, el técnico de Vilassar intentó dar un golpe de efecto con un doble cambio, instantáneo, en las bandas: Jeffren y Omar. Confiaba en que el exinterior del FB Barcelona demostrara desde la izquierda su superioridad técnica sobre Carpio, y, más sorprendente, en que Omar, también a banda cambiada, merodeara en zonas de remate y finalizara sus movimientos en ataque en disparos a portería.
El Valladolid ya había dejado todo, o casi todo, sobre la cancha, pero sus extremos seguían jugando a pie cambiado, una disposición que no ayudó a generar tanta profundidad ni éxito en los duelos individuales. De este modo, los pucelanos carecían de sorpresa desde segunda línea, aunque acumularan hasta cinco futbolistas de vocación ofensiva en el último tramo de partido cuando solo Timor vigilaba en zona ancha. Campaban en terreno rival, trasladaban la mayoría de sus ataques a las bandas, aunque, cuando los balones cruzaban en tres cuartos, Óscar González les daba sentido y encendía las alarmas en la zaga berciana.
Insistieron, pero se toparon con el inagotable esfuerzo de la Ponferradina, cuya estrategia de espera y padecimiento defensivo logró cortar las alas del Valladolid, su principal argumento ofensivo. Por ahora.