El Sporting de Gijón – Real Valladolid no fue televisado en Pucela. El Siglo XX se instaló en nuestras vidas durante noventa minutos
El domingo no pude disfrutar del fútbol. Como Diego Mariño en el Levante –al que le ha quitado el puesto el que era suplentísimo del yerno de España–, pero lo mío por culpa de las televisiones. La solución pasaba por mezclar los métodos del Siglo XX –radio– con los actuales –redes sociales–. En el caso de Mariño, la solución es buscar una cláusula en su contrato que le permita abandonar el Ciudad de Valencia por ser suplente. Qué caprichoso es el destino.
Decía Chus Rodríguez en Twitter que iba a intentar ver el Sporting de Gijón – Real Valladolid por Skype, apuntando la cámara de la otra persona a una TV en Asturias. Era la forma más moderna de disfrutar del choque. Otra de ellas, tirar de alguna página web que se congelase más que los contenidos intelectuales de Telecinco. Ambas opciones resultaban incómodas, aunque menos da una piedra. O Javier Tebas.
Mientras me las ingeniaba para enterarme de algo, disfrutaba viendo que, una semana más, el desafío quinielista de Blanquivioletas se quedaba en mi ya extenso palmarés. Arraso como lo hace Sergi Roca con las mujeres en ‘El Chiringuito de Pepe’.
El problema es que no me reporta beneficio económico. De momento. Y digo de momento porque entiendo que Jesu Domínguez, ahora que no nos lee, me recompensará por mi paseo militar en el jueguecito del 1-X-2. Eso, o que llame a Paolo Vasile para que monte de nuevo ‘Crónicas Marcianas’ y así le dé color a las noches televisivas de este país.
Pero volvamos atrás, que dirían los protagonistas de ‘El Corredor del Laberinto’. Los minutos iban cayendo en El Molinón y lo único que sabía es que el Sporting apretaba y el Valladolid aguantaba el chaparrón. Marcó Bergdich, el Pucela empezó a dominar, el encuentro fue agonizando y Guerrero empató cuando el Pucela acariciaba el triunfo. Y ya está. Ese es mi resumen. En mi casa me han enseñado a no hablar de lo que no sé o no he visto. Quizá por eso no soy periodista.
Con todo, se hace difícil pasarte un fin de semana sin ver a tu equipo. Joaquín Sabina tardó diecinueve días y quinientas noches en olvidar a María. Yo creo que no podría olvidarme del fútbol por muchos días y noches que me lo quitasen de la caja tonta. Es una droga para la que no necesito tratamiento. Simplemente busco más dosis. Y si es del Pucela, el doble más uno.
Al final, un partido que no puedes ver es como esas canciones que acaban con el estribillo sonando cada vez más bajo hasta que se hace imperceptible. Te deja frío. Aunque, bien pensado, siempre te quedará la opción de visitar Blanquivioletas para enterarte de todo. ¿O no?