El Real Valladolid de Rubi completó los mejores primeros veinte minutos de la temporada, pero fue disolviéndose, mientras el CD Tenerife lo arrastraba a su terreno

El Real Valladolid te va queriendo poco a poco. Por momentos, uno piensa que esos ojos cristalinos transmiten una unión insobornable, se entrega y desnuda toda la esencia para que solo uno la saboree. Pero como se desnudan los árboles, también el fervor inicial se va apagando, calado por las últimas tormentas cálidas de septiembre.
Fue capaz de mostrarse imparable, de bailar en el último tercio de campo y acompañar los ritmos de los truenos en el área del Tenerife. Bailaba porque lo bueno comenzó demasiado pronto, con un gol de Jesús Rueda que desanudó el corsé. La banda izquierda del Tenerife no encontraba capacidad para amedrentar la verticalidad de Alfaro, que surtía centros laterales interceptados por Roger, siempre inagotable preocupación para las defensas contrarias.
En opinión del técnico del equipo castellano, Joan Francesc Ferrer ‘Rubi’, la mejor primera parte del campeonato. Porque el Valladolid, con el balón, trazaba el ataque y construía su defensa, hasta que el equipo de Álvaro Cervera logró taponar la sangre que corría por los flancos.
Entonces, el natural fervor de los vallisoletanos fue decayendo y el Tenerife, casi pidiendo perdón por probar a Javi Varas, acercándose al gol, aun sin dominio ni sensaciones fuertes de riesgo para el Real Valladolid. Las ocasiones de gol, entretanto, no comparecían, pero tampoco el juego eminentemente ofensivo del conjunto de Rubi. El Tenerife había tomado la decisión de adelantar su línea de presión, nutrirla con un delantero más y robustecerla con la suma de un mediocentro.
El propósito estribaba en boicotear la salida limpia de balón, en taponar las vías nasales del Real Valladolid para que le costara respirar. Rubi, en el análisis más táctico que ha ofrecido hasta la fecha, subrayó, por encima de otros aspectos en construcción, los problemas que sufrieron en fase de iniciación. «Pasamos de ver muy clara la salida de balón a costarnos mucho más. El Tenerife se reajustó, cerró las bandas, y nos obligó por dentro, donde no estuvimos tan finos como por las bandas», abundó el catalán.
El fútbol asociativo de fuera-dentro no se producía, la agudeza para desentrañar pasillos de salida, desplegados por los movimientos de presión de los medios tinerfeños, se había agotado. A ritmo de reloj, de contemporización, el Real Valladolid poseía el resultado, ampliado con otro tanto de libre directo, de Timor. Alfaro, tendente a ocupar zonas interiores por naturaleza, trató de contrarrestar desde aquella disposición la estrategia adoptada por Cervera para neutralizar el partido. La presión del Valladolid, sin embargo, lució deslavazada, como el propio Rubi admitió en rueda de prensa a raíz, a su juicio, de un empeoramiento del estado físico de sus futbolistas.
Así, el Real Valladolid veía el partido resuelto y adormecía las intenciones del Tenerife. Empezó gritando a los cuatro vientos un amor desbocado; su reflejo en el cristal fue descifrándole que al querer hay que alimentarlo en cada gesto, cada pase, y comprendió que, aún, debe indagar en la forma para mantenerlo en todo lo alto.