El Real Valladolid vence al Tenerife por dos goles a uno en un encuentro en el que de nuevo no acabó de enamorar
Floyd Mayweather, boxeador de profesión, es el deportista mejor pagado del mundo. Su balance, intachable, es de 47 triunfos y ni una sola derrota como profesional. Pero tiene un problema. De esos 47 combates, solo 26 fueron por nocaut. Y por eso no convence. No pega duro, dicen. No es de los que resuelven antes de tiempo por la vía del cloroformo y envía a sus enemigos a la habitación del sueño, que diría –me pongo en pie– el maestro Jaime Ugarte.
Después de su última pelea, celebrada el pasado fin de semana en Las Vegas, contra ‘El Chino’ Maidana, las críticas han ido aumentando. Tiene miedo, dicen, de los boxeadores de verdad. Y además ha perdido velocidad; ya no es el Pretty Boy de antes. El argentino fue capaz de meterle una mano dura, de las que suelen hacer que el final llegue antes de la campana. Le hizo tambalearse, pero, bueno, no le tiró.
El Real Valladolid está hoy día en una situación parecida a la del boxeador estadounidense. Gana, pero no acaba de enamorar. Para prueba, el murmullo del descanso en Zorrilla, o la sensación final palpable en redes sociales, en la afición e incluso entre los propios jugadores. Bendita, porque evita el conformismo, aunque peligrosa porque puede descontextualizar.
A decir verdad, tampoco es que el partido contra el Tenerife fuera para tirar cohetes, aunque pudo serlo. La primera media hora, veinticinco minutos, quizá, fue la mayor muestra de avasallamiento que se ha visto en ningún partido del equipo en lo que va de año. Y sin embargo, no terminó de ser contundente, a pesar de que había avisado; de que amenazó con serlo.
Apenas transcurridos tres minutos Jesús Rueda hizo el primero con un magistral lanzamiento de falta. ¡Pam!, directo a la mandíbula. El golpe tiró a la lona al Tenerife, que, al levantarse, tardó en encontrar a su rival. El Pucela aprovechó el desconcierto para empezar a mostrar su técnica. Guardia de derechas (juego volcado hacia ese lado), ahora cambio de zurdo (búsqueda de Bergdich), saco el jab (a los efectos, mantenimiento de la posesión, y no orden de alejamiento) y movimiento, siempre movimiento.
Con otras dos buenas manos (golpes), pudo aumentar la renta antes de que su rival reaccionase, merced a las ocasiones de Roger y Alfaro, pero el Tenerife demostró quijada (aguante). Como Sergio ‘Maravilla’ Martínez ante ‘El Hijo de la Leyenda’ –Julio César Chávez Jr.– en aquel mítico último round, aguantó el arreón, aun noqueado. La diferencia, positiva para los chicharreros, es que cuando se les pasó el susto aún quedaba tiempo para la reacción. Y entonces se pusieron también a sacar manos; «a ver qué pasa».
Buscó presionar a los blanquivioletas en la distancia corta; llevarlo a las cuerdas e impedir el ‘baile’. Lo boxeó de cerca, impidió que en el centro hubiera fluidez y empezó a provocar la incomodidad del Valladolid, sabedor de que sus golpes, con espacios, duelen más. Y el Pucela, don Erre que Erre (ojo: no es una crítica). Me muevo (la muevo), me muevo (la muevo), me muevo (la muevo)… pero ya no hacía daño.
Neutralizada la pegada local, a los visitantes les quedaba dar un paso adelante, y lo dieron en la reanudación. Como Kiko ante Frampton en los asaltos finales, intentaron golpear, pero se encontraron con que el peleador que tenían enfrente sabe andar hacia atrás (defenderse pegando, mientras hace este movimiento). Y, como ‘El Chacal’, también sabe pararse y contragolpear (a estos efectos, quiten el contra-).
Pasada la hora de encuentro, Timor pegó un contundente gancho de izquierdas que de nuevo acabó con el del calzón negro en la lona. Y de nuevo se levantó, antes incluso que tras su primera visita. Y fue como ese Kiko de los últimos rounds, un venao. A tumba abierta, sabedor de que era el único camino para sacar algo positivo, sin importarle que por el camino otro golpe provocase el definitivo nocaut.
Sucede que el Real Valladolid, como Mayweather, maneja como pocos los tiempos del combate. Puede encajar, pero nunca acabará a merced del de enfrente, y eso es algo que se ha de valorar, pues no se hace demasiado.
Aunque esté arrinconado, el Pucela de Rubi tirará de su buena técnica (defensiva) para esquivar los golpes. A veces lo conseguirá; otras, como hoy, recibirá alguno –el gol de Uli Dávila en el añadido–, pero por ahora se ha escabullido lo suficiente como para haber ganado cinco de los seis partidos oficiales que ha disputado. Aunque si hasta a Pretty Boy le critican…
Lo hacen, claro, porque no es vistoso. O sí, pero no preciosista, digamos. Vaya, que aburre a las ovejas ver a un tío –digámoslo así, grosso modo:– huyendo de otro durante doce asaltos, golpeando solo las veces necesarias (pocas) como para sacar los puntos suficientes como para ganar, sin aspirar a más. El aficionado quiere más que eso; quiere ver a un peleador entregado en busca del nocaut.
Pero aquí es donde el Real Valladolid y el invicto se diferencian: el Real Valladolid sí lo busca, o al menos dicen eso quienes los componen. Y, de aquí, una nueva distinción: al contrario que el peleador de Michigan, el Pucela sí tiene rivales que, en teoría, le son parejos; ergo las complicaciones son mayores. Podríamos discutir aquí si huye o no Mayweather de pelear con Pacquiao, pero no es el lugar.
Sin querer pecar de resultadista, porque ni el mismísimo Rubi lo es, merecen ser recordados los doce puntos de quince, en pos de una credibilidad merecida. También, aunque suene de Perogrullo, que el rival también juega, que esto es Segunda y otra sarta de tópicos que sí, vienen al caso. Dos certezas hay: la primera, que el Real Valladolid no especulará ni rehuirá de combate alguno; la segunda, que no podrá aspirar al invicto de Pretty Boy, pero si puede, seguro, ganará los 37 enfrentamientos que quedan por KO. Todo sea por convencer.