El Real Valladolid sacó su gen obrero para derrotar a la incontenible intensidad del Alcorcón, frenada por un triángulo de mediocentros al que Rubio inoculó capitanía

Rubi, en un afán connatural a su personalidad como entrenador, intenta estirar el secretismo en torno a las alineaciones hasta el final. No comunica con antelación el once que utilizará en el siguiente compromiso, aunque no haya entrañado dificultades en dibujarlo en su mente.
En Alcorcón, volvió a dar uso a un grupo de jugadores distintos. David Timor, el volante menos empleado en liga, partió desde la titularidad, y formó junto a André Leão en un centro del campo que iba a tener que armarse con un escudo pétreo de recuperaciones de balón si quería salir victorioso de la intensidad infatigable de los mediocentros alfareros, aclimatados al robo en terreno reducido. El Valladolid sabía que jugaría en el filo de un acantilado. Necesitaba funambulistas, pulmón, imitar el fútbol del contrario, en cierto modo, para confundirlo. Es decir, arrebatar su alma para reducirla a pedazos.
Apenas llegaba a acariciar el sistema motor del Alcorcón, no le infligía un daño excesivo. Los blanquivioleta agarraron el guante lanzado por Rubi en anteriores partidos y prescindieron de una elaboración plomiza. La verticalidad nacía de balones aéreos que trataban de cazar Roger en punta y Óscar, Omar y Díaz en segunda línea.
Prescindido el juego posicional, el balance ofensivo pucelano se entregaba a los movimientos punzantes de Roger al espacio. Se movía por los tres carriles, buscaba recepciones de cara para que su cambio de ritmo lo impulsara a la meta de Falcón. No descansaba, pese a la ubicación del Valladolid, en ocasiones empujado muy cerca del área de Dani Hernández por las facilidades encontradas por el Alcorcón en las bandas y la insistente presión en la salida de pelota vallisoletana.
Los jugadores de Bordalás dispusieron de una oportunidad manifiesta que Anderson erró. Por el contrario, Roger difundió su calidad técnica y lectura de los espacios para convertir el único gol del partido, rebasada la media hora. Desde el tanto, hasta el descanso, los pucelanos ejecutaron el mejor fútbol del choque. Arrebatados, fueron asociativos en campo rival y cedieron galones a Óscar Díaz, cómodo en los desmarques al espacio, en las caídas a los flancos y en las triangulaciones interiores que colaboraban en la superioridad posicional del Valladolid.
Un triángulo para ahogar el arrojo alfarero
El Alcorcón nunca dice su última palabra hasta que se le escapa el tiempo de entre los dedos, como una avispa en su lecho de muerte aún conserva veneno. La inferioridad en el marcador no deprimió al conjunto local, levantado por David González, que sustituyó a Charlie y, desde el centro del campo, espoleó a los suyos, gozó de varios lanzamientos desde fuera del área que testaron a un Dani acertado y arrinconó, por instantes, a los blanquivioleta, en un repliegue bajo. El Real Valladolid no conseguía frenar a los madrileños y, pese a disponer de una oportunidad –Roger– para amenguar el orgullo alfarero, solo, la entrada de Álvaro Rubio atrajo una porción mayor de tranquilidad al juego pucelano.
El capitán, ubicado por detrás de Timor y André en un 1-4-1-4-1, dibujaba un triángulo con otros dos medios capacitados para meter la pierna y sumar robos de balón, en posesión del Alcorcón.
Bordalás entendió que, si el Valladolid juntaba jugadores por dentro –aunque Alfaro y Jeffren ejercían una buena labor detrás de pelota en las bandas–, la profundidad podían conquistarla por zonas abiertas. Lo intentaron hasta el último resuello, pero los blanquivioleta ya habían ganado. Y no solo tres puntos.