El Real Valladolid doblega al Real Racing Club en un encuentro que parecía plácido y se complicó en lo últimos minutos, después de que Javi Varas fuera expulsado
No son los nervios buenos consejeros. Por más que se empeñen en aparecer, a veces en el momento menos oportuno, como esa exnovia a la que dices haber olvidado, no son el compañero de viaje más adecuado, se vaya a donde se vaya. En el caso del Real Valladolid, cholismo mediante, el destino es la Primera. Y el trayecto, largo, amenaza con ser el erróneo si el copiloto es el citado.
No es que no se vaya a ascender por perder la calma durante quince minutos en la tercera jornada. Nada más lejos. Pero, precisamente por lo sinuoso de la senda de la Segunda División, conviene que impere la serenidad, pues lo que contra el Racing se ganó se puede perder por el sumidero ante un rival con mayor tino o de mayor fuste. Fue, el cántabro, un bloque, timorato, sin mucho que ofrecer más que dos líneas bien plantadas, como esa madre que se queda bajo el marco de la puerta de brazos cruzados esperando un «qué» que destape la caja de los truenos.
Hablando de truenos, y de relámpagos: la tormenta amainó poco antes de que el balón echase a rodar, respetuosa con Javi Baraja, que fue quien dio por inaugurado el juego con el mismo estilo y señorío con el que un político inaugura una rotonda semanas antes de las elecciones. Aunque, para político, el mal tiempo. Vino, hizo ruido, incomodó a alguno que otro, salió en la foto y se fue dejando calma.
¿Calma? Vayamos por partes.
El Racing de Santander, decíamos, era un rival de tronío para la tarde de Ferias, aunque más por historia que por caché. Recién ascendido, con el once plagado de canteranos, fue honesto como un padre cansado: para ti el balón siempre que no me andes jorobando. Y lo cierto es que, de buenas a primeras, el Pucela no tocó demasiado las pelotas. Así, en plural, porque, lo que es en singular, sí lo hizo, aunque en posiciones retrasadas y sin hacer ruido. Efectivamente, «para no incomodar a papá».
Rubi había presentado un once con varias novedades. Mojica, Álvaro Rubio y Óscar acompañaban al debutante Varas en detrimento de Peña, Sastre, Roger y Dani Hernández. El objetivo era estirar el campo a lo largo y lo ancho con ‘El Correcaminos’ –no solo con él, había que hacerlo por los dos costados; ante la congestión de la zona central–; invitar al Racing a defender por fuera cuando lo que quería era cerrarse por dentro y dificultar la circulación como antiguamente un camión en el puerto de Pajares.
Hasta que llegó el primer gol, de Óscar, de un testarazo plástico, bello y certero, el Pucela huyó hacia los costados como si fueran sus gentes en agosto y las bandas El Sardinero. Bueno, y también después. Aunque aquello sirvió, como vulgarmente se dice, para abrir la lata.
Antes, y hasta el descanso, los Oscars intentaron mezclarse en la mediapunta, el uno de cara –‘El Mago’– y el otro frecuentemente de espaldas –‘El Multiusos’–. El bullicio, empero, no favoreció más que un par de triangulaciones; por lo demás, el equipo estuvo en segunda línea de playa, sin mojarse los pies ni mojar la oreja al de al lado.
Álvaro Rubio y André Leão, que aún han de sumar minutos juntos para aprender a convivir y tocar en armonía, también escaparon del medio en alguna que otra ocasión, para crear los famosos triángulos de Rubi –si aún no lo son, lo serán–, que acabaron en sendos buenos centros. El de ‘El León de Freamunde’ no lo pudo rematar Óscar Díaz. El de ‘Míster Silencio’ lo embocó González.
Como el día del Mallorca, nada más comenzar la segunda mitad llegó el segundo gol, esta vez sí, de Díaz, que se sacó de la bota un remate de esos ‘de play station’; un zurdazo desde fuera del área que dio en el larguero antes de entrar en la meta de Mario. Vino a ser algo así como si el equipo cogiera aire. Como el padre que respira aliviado cuando el crío se duerme. O como la madre que suspira tras una trastada.
El resto del partido fue un suspiro contenido, como ese que aguantamos cuando nuestra pareja duerme sobre nuestra barriga –sí, sí, barriga, y no estómago; fuera eufemismos–. Una bocanada no expulsada por falta de Dios sabe qué. Y lo que Dios sabe podría ser lo siguiente.
Omar hizo una diablura que recordó su mejor versión y terminó convirtiéndose en el tercero, obra de Roger. La genialidad, culminada por ‘Billy el Niño’, hizo que el Racing, que con el segundo había perdido fe, abandonase toda idea de sacar nada en claro de Zorrilla. Se abandonó a su suerte y los desmarques de ruptura de los atacantes blanquivioletas (y el peligro que acarreaban) invitaban a pensar en una goleada. Incluso Rubi tuvo a bien hacer debutar a Jorge Hernández.
Pero entonces Javi Varas, dubitativo durante toda la tarde, erró. Se le escurrió el balón en una salida por alto –‘síndrome Pucela’, lo llaman– y, en el intento de rehacerse, cometió un flagrante penalti que le envió a la ducha antes de tiempo. El canterano Julio tuvo que salir a intentar atajarlo y recordar lo que hizo en Somozas, algo que no fue capaz.
El debutante no tuvo demasiado trabajo, lo cual no quiere decir que los racinguistas no creasen peligro; más bien al contrario. Si no consiguieron marcar más goles que el de Javi Soria desde los once metros fue porque les falló la puntería. Enviaron dos balones al palo y dos por encima de la meta, oportunidades que, de haber entrado, podrían haber puesto en entredicho la victoria local.
Y es aquí donde deben ser citados otra vez los nervios. El Real Valladolid no supo mantener la posesión, a pesar de que tenía jugadores capacitados para tenerla, incluso en inferioridad. Y lo peor no es eso, sino que, además, el Racing tímido, casi inofensivo, se creció fruto del temblor en las piernas de un equipo que pareció olvidar que tenía dos goles de ventaja, y no uno.
Por eso el suspiro se quedó a medias, contenido. Porque los de Rubi no acabaron de dormir el partido y terminaron haciendo algo así como sufrir cuando no era necesario. Fueron la madre hipocondríaca al ver al niño caer, y no el padre primerizo que, aunque preocupado, sabe que en realidad no es para tanto como ella cree, que el crío no es tan revoltoso y el tortazo no fue para tanto. Y eso es algo que debe aprender el Pucela, a preocuparse, pero con mesura. Que esto es Segunda, pero el churumbel ya camina.