Javier Baraja impondrá el brazalete de capitán en los prolegómenos del partido contra el Real Racing Club a Álvaro Rubio, en un acto en el que el vallisoletano recibirá la insignia de oro del Real Valladolid
Cuenta la leyenda que Valladolid es una ciudad fría, y la gente que se reúne cada quince días para ver a su Real no es más que un reflejo de esa frialdad. Su casa, el Nuevo José Zorrilla, recibe incluso el apelativo de ‘estadio de la pulmonía’, mitad porque no hay enero más jodido –con perdón– y mitad por esa distancia heladora. La cual no es más que un mito. Lo dice uno de fuera.
Ciudad y estadio, sus gentes hechas una, reciben una consideración injusta. Valladolid es noble y no gusta de la ostentación, pero fría, lo que se dice fría, no lo es. O no tanto como se dice. Es distante y no presume, pero quiere. No es el fuego, pero sí el calor, y que me perdonen las llamas, pero es mejor sentirse en casa al tercer día –o el cuarto si el interlocutor, el encargado de dejarte un pedazo de su manta en la grada, es uno de los más recios vallisoletanos (que no pucelanos; el de Valladolid de siempre no lo es)–, cuando ya te conocen, que dudar el primero entre llamar a los bomberos, bailar el ritual de la lluvia o ponerte también a quemar cosas.
El ‘chacho’, el ‘majo’, el ‘primo’. El ‘descambiar’. Javi Baraja y Álvaro Rubio. Todo ello es patrimonio de la ciudad, como su Plaza Zorrilla, La Catedral, el Desierto Rojo o el Herminios. Y sí, entretanto, se ha colado uno que podría serlo menos, pero que no lo es. Prueba de ello es que, aun siendo riojano, Rubio es uno más, uno con arraigo, propio y de terceros. Es nuestro capitán.
En los prolegómenos del partido entre Real Valladolid y Racing de Santander se le impondrá el brazalete fedatario. Imposición no porque su madre le haya dicho «no me no me, que te que te», sino porque, en un club de la historia del blanquivioleta, ser designado capitán es un privilegio tal como el de quien recibe honores castrenses –que no méritos, esos los hizo él sobre el verde–. Porque los galones antes los lucieron Saso o Moré, Minguela, Lesmes, Coque o, más recientemente, Torres Gómez, Alberto o Marcos.
El acto servirá no solo para dar publicidad al relevo en la comandancia del vestuario, sino también para que aquel que lo era hasta hace poco, Javier Baraja, reciba un merecido homenaje, tras abandonar el club el pasado mes de junio. Baraja, del Pucela desde pequeño, de Las Delicias desde siempre, recibirá la insignia de oro de la entidad.
En palabras de su su sucesor, el acto «está más enfocado hacia él», o así lo entiende Álvaro Rubio, ya que «es un homenaje que se merece muchísimo». «Estoy muy contento, encantado de llevar el brazalete. He tenido los mejores maestros, uno de ellos, Javi. He estado a su sombra estos años y lo compaginaba muy bien, es una persona muy fácil de llevar y me ha enseñado mucho. Intentaré estar a la altura», reconoció el riojano.
Recibirá, con gran orgullo, una distinción que Baraja entregará con honor, meses después de despojarla de su brazo izquierdo, tras cuatro años en los que fue el hermano mayor de todos, un referente entregado al club de su vida, el corazón y la voz del vestuario y un ejemplo, que ha de seguir en adelante, pues encarna como pocos los valores del Real Valladolid.
Si otro lo hace ese es Álvaro Rubio. Cumple su novena temporada como blanquivioleta, suma 231 partidos oficiales y es un emblema, para sus compañeros y la afición, que le profesa un cariño ganado en silencio, pero con tino sobre el verde. Es el profesor, el sobrinillo de uno y el yerno de todos, un padre que disfruta en Parquesol viendo jugar a su hijo.
Es uno más, uno de tantos de fuera que esa ciudad a la que llaman fría ha dado su calor. El calor de un hogar en el que el Real Valladolid y Valladolid se ha convertido. Por eso, aunque en su humildad señale a Baraja, el acto previo al duelo ante el Racing también será para él. Para los dos, más que merecido.
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