El mítico exjugador del Real Valladolid, ahora jefe de los servicios médicos del club, recibe este domingo en Zorrilla la visita de otro ilustre equipo donde militó durante tres temporadas consecutivas, El Racing de Santander
«Habilidoso, Alberto habilidoso, habilidoso, Alberto habilidoso«. Así rezaba un cántico; así rugía y así tronaba el Nuevo José Zorrilla. Las gargantas de los aficionados al unísono eran un clamor. Toda la afición coreaba este cántico y lo hacía siempre que marcaba un gol, o nos regalaba una jugada típica de Alberto, alias ‘El Habilidoso’, ‘tanqueta’ o incluso ‘Alberto Tomba’ –en honor al gran esquiador italiano– por su facilidad en el eslalon hacia el área rival. Dependiendo de la zona del estadio donde uno estuviera ubicado, el jugador recibía un mote u otro; todos cariñosos.
Alberto López Moreno, madrileño de nacimiento y vallisoletano de adopción, llegó a la capital del Pisuerga en el año 1987 y jugó en el club de sus amores estuvo hasta el año 1995. Después fue traspasado al Racing de Santander, donde jugó durante tres temporadas (entre 1995 y 1998), para luego volver a recalar en el Real Valladolid, otras tres temporadas, hasta el año 2001, antes de acabar su carrera deportiva en el Numancia de Soria y en el vecino Palencia, en el que colgó definitivamente las botas en 2003.
Se inició en la cantera del Moscardó, en una época en la que los ojeadores del Pucela encontraron en Madrid muchos jugadores que a la postre serían fundamentales en el equipo blanquivioleta, como por ejemplo a Gaby Moya, a quien se le había fichado un año antes de la cantera del Alcalá. El Real Valladolid vio en Alberto un físico imponente y una capacidad de sacrificio que hacían entrever recorrido no solo en las categorías inferiores, sino también en el primer equipo.
‘El Habilidoso’ era un jugador distinto, diferente. Aquellos que tuvimos ocasión de verle en las dos etapas que estuvo en el Real Valladolid, sabíamos que, cuando enganchaba el esférico, todo podía suceder en el lance de la jugada. Sus típicos movimientos recuerdan –con diferencias y matices– a Diego Costa, otro ilustre y más reciente inquilino del vestuario de Zorrilla.
Cogía el balón en tres cuartas partes del campo, y sin pensarlo, se dirigía hacia el área con un único objetivo, el gol. Sin saber cómo, era capaz de meterse entre las filas defensivas rivales y tirarlas como piezas de dominó. No era un jugador espectacular en cuanto a técnica y calidad, pero la habilidad para zafarse de sus contrarios, de llevarse a toda la defensa y su carácter competitivo, le llevaron a ser uno de los jugadores más queridos por la hinchada pucelana.
El gran Vicente Cantatore fue el que apostó decididamente por el jugador, aunque no lo tuvo fácil al principio, ya que tuvo que lidiar con jugadores de la talla de Fonseca y Jankovic en su primera temporada con la elástica blanquivioleta. El primer partido al que acudí como espectador a Zorrilla, siendo aún un benjamín, vi precisamente a Alberto y fue frente al Athletic Club en 1988.
Aquel día, quien escribe, tuvo la gran suerte de ver el primer gol de Alberto en Zorrilla, ante el equipo de Kendall, que dirigía al conjunto vasco. En esa misma temporada, Alberto firmó cuatro goles en el Sánchez Pizjuán frente al Sevilla y nada mas y nada menos que al portero ruso Dassaev, considerado uno de los mejores porteros de esa época. Para culminar el año, el Real Valladolid, jugó su segunda final copera (primera bajo la denominación de Copa del Rey), frente al Real Madrid en el Vicente Calderón, la cual se perdió por uno a cero y en la que no jugó por decisión de Cantatore, una decisión que no fue bien recibida ni por el jugador ni por la afición.
En las siguientes temporadas, Alberto tuvo un mayor protagonismo, aunque con altibajos. No en vano, resulta difícil no recordar el tanto que le marcó al Real Madrid en la temporada 1991/92, con el gran ‘Pacho’ Maturana al frente. Su gol se enmarcó en una victoria épica, de las grandes que se recuerdan en Zorrilla, si bien el equipo acabaría descendiendo al final de temporada. Aunque precisamente en la Segunda División fue donde explotó sus dotes futbolísticas. Titular indiscutible con Felipe Mesones, fue uno de los protagonistas del ascenso solo un año después de la bajada al infierno.
En Primera, en el curso 1993/94, marcó trece goles en Liga y dos en Copa. Y volvió a ser la bestia negra del Real Madrid, ya que el Pucela ganó por uno a tres en el coliseo madridista, con dos tantos de ‘La Tanqueta’. El último curso, antes de dejar Zorrilla, Víctor Espárrago, no contaba mucho con el jugador, lo que no le impidió marcar seis tantos, aun cuando sufrió una lesión de menisco que le tuvo apartado más de cuatro meses de los terrenos de juego. Eso sí, el pundonor y la capacidad de sufrimiento del madrileño hicieron que volviera a jugar y a dar su último empujón al Pucela.
Foto: Museo Verdiblanco
De la playa de las Moreras a la playa del Sardinero
El Racing de Santander llevaba varias temporadas siguiendo al jugador madrileño y se decidió por su fichaje. En tierras cántabras estuvo tres años, y dejó un gran sabor de boca a la afición. El Sardinero, con todo, no le recibió de buen agrado, principalmente por los problemas físicos que había padecido el año anterior. En cambio, las dudas se disiparon pronto; volvió por sus derroteros con jugadas inverosímiles que acababan en el fondo de la red, hasta dieciocho.
Mientras, a Zorrilla, que se había quedado un poco huérfano tras su marcha, enseguida llegaron un tal Alen Peternac, Víctor y Luis García, jugadores que eran desconocidos, pero que acabarían marcando un antes y un después… que no impidió la vuelta de Alberto a casa.
Aunque se vio obligado a ganarse de nuevo el puesto, lo hizo y logró anotar otros trece tantos en sus tres últimas temporadas con la remera blanquivioleta.
Recuerdo el último partido Zorrilla en 2001 frente al Barcelona. Por aquel entonces Kaviedes, era el delantero titular del equipo y Moré el técnico. No veía el partido claro e hizo el gesto para que mandar entrar a Alberto que calentaba en la banda. Todo el estadio volvió a cantar al unísono aquel «habilidoso, Alberto habilidoso, habilidoso, Alberto habilidoso«. Fue la última vez que se escuchó el cántico en la Avenida Mundial ’82 por parte de una afición entregada al que fue alguien imborrable en sus recuerdos.
Sus números como jugador del Real Valladolid, no dejan lugar a dudas. Jugó 295 partidos oficiales y marcó 73 goles. Y además le dio tiempo a licenciarse en Medicina, un oficio que le mantiene cerca del césped, desde este verano, otra vez en el primer equipo, en ese Zorrilla donde aún se siente el estruendo de sus galopadas y el eco de los cánticos con su nombre.
Probablemente nuestros lectores más jóvenes quizá no le hayan visto jugar, pero puedo asegurar que Alberto ‘Habilidoso’ solo hay uno e inolvidable. A veces tosco, era efectivo y efectista, supo ganarse el cariño y respeto de la afición vallisoletana y, por méritos propios, conseguir hacerse hueco en la historia del Real Valladolid.