El Real Valladolid se encontró, cuando por fin logró adueñarse del balón, con la frustración del desacierto en el último tercio de campo
El Real Valladolid descendió por primera vez a la amargura de la Segunda División, lugar en el que no solo los equipos de mayor capacidad técnica triunfan, sino los que logran fortalecer su mentalidad, desplegar variantes de juego y soportar los baches que, inexorablemente, visitan a todos en la competición regular más larga.
El cuadro blanquivioleta formó, de nuevo, con una línea de cuatro con Chus Herrero como novedad en el lateral derecho, debido a que Chica sufría problemas musculares que le imposibilitaron su participación; dos pivotes –Leão y Sastre–, tres mediapuntas –Omar, Óscar y Jeffren– y Roger en el ataque. Enfrente, Quique Setién propuso un esquema parecido, con dos mediocentros que amparaban a una línea de tres y a un punta móvil.
La propuesta de ambos técnicos, entretanto, era similar: dominar el balón para hacerlo con el partido. Y quien se adelantó, primero, fue el Lugo, pues desde el saque de centro arrebató la pelota al Valladolid, replegado en zonas intermedias del reducido césped de Anxo Carro donde, como hiciera ante el Mallorca, trataba de desposeer a la salida de balón local de sentido.
No lo consiguió, el juego combinativo del Lugo fue alimentándose de su propia fe y dominó, en la primera media hora, a un Valladolid exento de soluciones en la recuperación de balón. Carlos Pita, quizá el jugador más destacado del partido en términos globales, pergeñaba una asociación con Seoane y los tres jugadores de la mediapunta que André y Sastre no supieron paralizar; menos la primera línea de presión, rebasada por el acierto en el pase de la zaga lucense.
Además, Carlos Peña sufrió las superioridades producidas por Ferreiro en la banda derecha del ataque blanquirrojo y, desamparado por la dudosa colaboración defensiva de Omar Ramos, provocaba que el Lugo comiera metros a los blanquivioleta y ocasionara dificultades al sistema defensivo, cuyo último eslabón, Dani Hernández, debió aparecer para desbaratar varias oportunidades de gol.
Pero los principales problemas que padeció el Real Valladolid para lograr imponerse en campo rival pasaron por su desorganización en la recuperación de balón. Apenas fue influyente en la parcela central. Encomendaba sus posibilidades para alcanzar la portería de José Juan a balones aéreos esfumados en el sol que irrumpía con violencia en un césped hermoso.
Solo el progresivo decaimiento de la asociación entre los jugadores del Lugo permitió a los pucelanos ganar más profundidad y rebañar cuotas de posesión efectiva al rival. El cambio de tendencia que vivió el choque, pasado el ecuador de la primera mitad, coincidió con un cambio de posiciones de Jeffren y Omar. El primero permutó a la banda izquierda, mientras que el canario se ubicó en la derecha. Precisamente, pese a obrar a pie cambiado, el Valladolid tuvo mayor amplitud y se estabilizó en fase defensiva. Vivió el último tercio del primer tiempo en terreno lucense y gozó de su opción más diáfana en el último minuto.
La historia de la pelota inocua
Si el Lugo capitalizó el balón durante fases prolongadas de la primera mitad, el Real Valladolid lo hizo, con más constancia, en la segunda. Soportó la inspiración del Lugo y la inoperancia propia, como analizó Rubi en rueda de prensa, para disponer de las etapas más positivas del juego blanquivioleta. Jeffren, tanto en una banda como en otra, pedía pelota, exigía protagonismo. Mientras tanto, dos de las figuras más apagadas del choque, Roger y Óscar, flotaban entre líneas para captar algún rechace nacido de los centros laterales.
Sin incidencia en el ataque, las ocasiones no llegaban. Rubi, alertado, decidió introducir a Óscar Díaz, por Roger. El punta, ex del Lugo, luchó desde el aire y el suelo las pelotas que rozaban el área. Ejecutó un disparo de falta que acarició el gol y ayudó a tranquilizar, en cierto modo, al Real Valladolid, que ya percibía cómo su superioridad en el juego podía afluir hacia el tanto que desequilibrara el marcador.
Los jugadores de Rubi, por fin, habían podido deshacerse de la superioridad defensiva del Lugo y alcanzaban a hilvanar pases en los tres carriles, aunque se topaban con la última barrera de una red defensiva bien plantada.
Bergdich, reemplazo de Omar, ayudó, si bien su insistencia progresó cuando el gol del Lugo, en una de las puntuales incursiones en el área de Dani –en el segundo acto-, desajustó el trabajo que estaba desarrollando el Valladolid. Preso de una maraña de nervios por recibir este golpe cuando menos lo esperaba, dejó su último aliento donde se perdía la pelota, en la frontal. Porque aquella, en Anxo Carro, no hirió.