El portugués manejó el partido ante el Mallorca con una autoridad importante. Fue el mejor de un Real Valladolid que bajó de la cama con el pie derecho

¿Quién no ha jugado alguna vez al fútbol en el patio del colegio? El recreo era el momento ideal para dar patadas al balón y acabar con una extraordinaria sudada que se te hacía insoportable durante los primeros quince minutos de la clase posterior. Bajabas entusiasmado a la pista de fútbol, con ganas de pasarlo bien y hacer buenas jugadas, pero siempre acababas a la sombra del bueno, ese que hacía los equipos, mostraba madera de líder y se iba de todos en cada jugada.
André Leão tuvo que ser así a mediados de los noventa. Lo imagino eligiendo a sus compañeros, nunca siendo elegido él. Porque él tenía el control. Y lo imagino, ya dentro del partido, cogiendo el balón como el que abre el congelador y ve que solo queda un helado. El típico niño con el que todos querían ir para ganar.
Seguramente era generoso incluso con el ‘chupagoles’ del equipo, que era ese ‘tuercebotas’ que se quedaba pegado a la portería rival esperando que pasase el balón por allí y así meter un gol con el que luego dar la vara a los demás toda la mañana. «Toma, anda, que he regateado a tantos que ni tú vas a estropear mi jugada», pensaría ‘El León de Freamunde’.
Fuera de este hilarante regreso al pasado, lo cierto es que la exhibición de Leão en el Real Valladolid – Mallorca hizo que mis recuerdos se presentasen directamente en la infancia. El portugués dominó el escenario con tanta naturalidad que parecía estar jugando con su pandilla de toda la vida en lugar de en un club tan exigente como el blanquivioleta.
Pedía todas con gesto elegante, invitando a que le dieran el pase con suavidad, como si fuera un regalo. Con la pelota en su poder, levantaba la cabeza, estiraba el cuerpo y movía a los suyos con una insultante facilidad. El repertorio fue amplio. Le daba igual hacer un cambio de banda que meter un pase raso entre líneas para conectar directamente con Roger sin pasar por el peaje de la mediapunta. Un fútbol fresco, atrevido y, sin embargo, sensato.
Rubi se ha declarado admirador de Leão desde que llegó. «Destaca más por las características técnicas que por las físicas. No es un jugador explosivo, pero tiene muchísimo nivel», comentó el dieciocho de julio. Es su ojito derecho, el hombre sobre el que gira su proyecto. Y por eso le otorgó galones en el estreno liguero. Confía en él de la misma manera que una madre te pide que la arregles un problema en su teléfono móvil.
Leão respondió a la confianza con un trabajo que parece fácil y no lo es. Quizá sea demasiado pronto para lanzar las campanas al vuelo, pero el centrocampista luso mostró tablas de veterano. Tan pronto ponía un ron-cola como jugaba con la espuma del café. Capaz de agitar y bajar revoluciones al mismo tiempo, su misión en el Valladolid será la de hacer que todo fluya con normalidad cuando el balón esté de por medio. Hacerlo de forma natural, convirtiendo a sus compañeros en su pandilla.