Iván Casado, jugador del Real Valladolid Promesas, y su hermana Coral, ciclista, unidos por sangre y deporte
Cuando Blanquivioletas propuso a Leopolda Ortiz contar la historia de sus hijos, Iván, el jugador del Promesas, y la ciclista Coral Casado, la respuesta fue tan esperada como inmediata: «Estaré encantada. Estoy muy orgullosa de mis dos joyitas», dijo. Y no es para menos.
En una época en la que la adolescencia está ligada a rebeldía y futuro incierto, los dos hermanos encontraron su camino, el del deporte, con tan solo seis años: «Iván siempre ha tenido claro que su pasión es el fútbol y Coral, una vez que unió su vida al ciclismo, también», relata sobre sus dos retoños, que, cada uno en lo suyo, pelean cada día por alcanzar su sueño.
Iván, que acaba de cumplir veintiún años, comenzó su andadura como cualquier niño de a pie. «Empezó a jugar en el Dueñas y con siete años se fue a un club de Palencia, en el que estuvo cuatro años. El primer año de infantiles volvió al equipo del pueblo y fue con la selección de Palencia al campeonato regional, y ahí es cuando el Valladolid se fijó en él», rememora su madre.
Su etapa como blanquivioleta empezó con doce años y, gracias a su renovación, va ya por su novena temporada. En la octava, la del ascenso a Segunda B, se convirtió en un jugador imprescindible en el once del Promesas, fruto de su sobriedad y compenetración con Fran No en el centro de la zaga. A día de hoy, hace la pretemporada con el primer equipo, llamada que sorprendió tanto como agradó, pese a haber sido uno de los puntales del ascenso.
Coral, por su parte, siguió los pasos de su hermano, aunque acabó cambiando el balón por las dos ruedas. «Comenzó como futbolista federada, pero, como sus primos competían en ciclismo, empezó a ir a verlos y probó a ver si le gustaba», cuenta Leopolda. Y le gustó. «Tanto que hoy que es su pasión», añade.
Esta predilección por la bicicleta ha venido dando resultados año tras año, hasta que recientemente recibió una llamada para representar a la España en el Europeo sub 23 de ciclismo, que se han celebrado del nueve al trece de julio en Nyon, Suiza. Su madre explica cómo se sintió. «Está contenta y agradecida, porque ve que tanto trabajo y esfuerzo va teniendo su recompensa. Fue con mucha ilusión a dar el cien por cien, pero también sabiendo que los españoles están menos preparados que los extranjeros en este tipo de competiciones».
Por desgracia, no pudo brillar por culpa de una caída. Pero, aun así, a sus dieciocho años, está considerada como una de las más firmes promesas del ciclismo femenino español, como demuestra el hecho de que compitiera en Nyon. O su palmarés, pues ha sido campeona de Castilla y León tres años seguidos, de 2008 a 2010, además de subcampeona de España por equipos en 2010. Uno de sus más recientes logros se produjo el once de enero de este mismo año, cuando logró la segunda posición en los Campeonatos de España de ciclocross, en categoría junior.
Muchas han sido las pruebas que han tenido que ir superando; muchas las cosas que han tenido que dejar a un lado por luchar por sus sueños. Una de ellas, la familia, a ellos mismos, ya que Iván lleva años viviendo en Valladolid y Coral vive desde hace un año en Torrelavega, donde tiene sede su equipo, el Meruelo. Separarse, recuerda su madre, no fue nada fácil. «Cuando Iván se fue a la Residencia lo pasaron mal porque nunca habían estado separados e iban a todos los sitios juntos, pero con el tiempo se han acostumbrado. El teléfono echa humo casi todos los días», comenta entre risas.
Físicamente no están juntos, pero lo están. Y aprovechan cada ocasión que pueden para verse, bien en persona o a través de Skype. Para darse fuerzas para seguir luchando, con sus padres, y su pueblo, Dueñas, como testigos. Por un sueño que no tiene fin. El de ser, cada uno en lo suyo, cada día mejor. Y que el otro lo vea.