El Real Valladolid pide plaza en la Segunda División mientras su afición sigue preguntándose el por qué de muchas decisiones

Miroslav Djukic se fue y en su lugar llegó JIM. Ahí empezó el descenso a los infiernos. En Pucela aterrizó un entrenador cuyo estilo no tenía nada que ver con el del serbio. «El Cartagena jugaba bien», vendieron sus defensores, como si categoría y objetivos fueran los mismos. Meses después, el Pisuerga recoge las lágrimas de una afición que ya mastica la enésima decepción en menos de una década.
Lo ocurrido ante el Betis en el Benito Villamarín fue tan bochornoso como esperado. El Valladolid, incapaz de ganar dos partidos seguidos en toda la temporada, naufragó en un estadio casi vacío y bajo la atenta mirada de cientos de seguidores blanquivioletas que pasaron la noche en la carretera para ver destruidas sus ilusiones en poco más de noventa minutos.
El desastre se ha ido dibujando a través de órdagos. Primero fue Carlos Suárez el que lanzó el suyo ratificando a JIM, asegurando que seguiría «pasase lo que pasase». Aquellas famosas declaraciones, que en su día no llamaron la atención, se han convertido en la tumba de un Valladolid al que solo le faltaba que alguien firmase su defunción.
El segundo órdago apareció en el momento más inoportuno. JIM, que actúa como si hubiera hecho bien su trabajo y pudiera dar lecciones o preparar castigos, dejó a Óscar en el banquillo ante el Betis. El ‘diez’ le negó el saludo contra el Real Madrid y el míster respondió días después con una grosera decisión. Fue una venganza servida en frío, al más puro estilo ajuste de cuentas. Y el que lo pagó caro fue el Pucela, que se presentó como el niño que asiste en silencio a una crisis matrimonial.
Pero Carlos Suárez y JIM no son los únicos culpables. Gran parte de la plantilla no ha sabido estar a la altura. Hay muchos señalados y pocos a los que salvar. Resulta preocupante que los quince goles de Javi Guerra o la entrega de Álvaro Rubio no valgan más que para morir en la orilla. Que el pundonor de Larsson o la implicación de Rukavina apenas alivien el dolor. Sin embargo, siempre quedará la opción de decir que Ebert era el que sobraba.
La tabla de salvación a la que agarrarse se llama milagro. El Pucela necesita copiar en el examen, que no le pillen y esperar que algún compañero le chive las respuestas más difíciles. A veces funciona, pero en el mayor de los casos no. Con o sin hazaña, en las oficinas de Zorrilla tendrán que mirar hacia atrás para saber qué no hacer a partir del lunes. Y que no haya órdagos en verano, por favor.