El Valladolid sacó un empate de oro ante el Real Madrid en un encuentro que tuvo muchos detalles y muy poco fútbol

Zorrilla abrió sus puertas en la tarde del miércoles bajo la nieve primaveral, dibujada por unas incontables pelusas que parecían querer ser testigo de la visita del Real Madrid. Había tantos pañuelos como bufandas. El Sol le hacía el último guiño a la grada este justo antes de que el ruido de los aledaños se trasladara al interior del estadio.
Los niños –y no tan niños– ponían sus pies en el foso para intentar estar cerca de sus ídolos y así poder hacer una foto con la que presumir al día siguiente. Los flashes de las cámaras despedían el día y daban entrada a la noche. El colorido en Zorrilla anunciaba un partido importante. Era el bonus del Valladolid para la salvación y una prueba de fuego para un Real Madrid cuya mente parece estar en Lisboa desde que incendió Múnich.
No se había sentado todo el mundo y Cristiano Ronaldo ya estaba mirando hacia el banquillo con gesto contrariado. Hizo un sprint en la primera acción del choque y notó que no podía más.
Fue sustituido y Zorrilla se heló como si estuviéramos en una fría noche de enero, con los coches acusando la violenta escarcha. Los más de veinte mil aficionados reaccionaron con la timidez propia del que asiste a un momento impactante. El futbolista de acero en su versión más humana, la de un chico que acusa la brutal carga de minutos. Morata fue su sustituto y Pucela lo celebró en silencio. Sin CR7 ni Bale, el panorama pintaba mejor.
El Real Madrid fue menos rápido sin el portugués y buscó más el control de la pelota. La posesión era merengue, aunque las ocasiones no llegaban y se intuía una extraña mezcla entre partido de homenaje y final con mayúsculas. El tedio se iba abriendo paso con el transcurso de las jugadas, pero Sergio Ramos lo rompió con un gol de falta. Cero a uno. Inmejorable noticia para los hombres de Ancelotti. La ventaja en el marcador les permitía compartir la pelota y aprovechar los espacios.
La segunda parte trajo consigo la lectura inexplicable. El choque, que hasta el descanso caminaba dentro de unos parámetros normales, se volvió loco. El Pucela no generaba peligro, pero el Real Madrid tampoco. Las botas de Benzema escupían el cuero como el que prueba una comida que no le gusta. El francés, encargado de poner luz en ataque ante la falta de Bale y Cristiano, tuvo su noche más gris. Di María y Modric tampoco presentaron candidatura pese a que el argentino lo intentó. Morata, tirado a la izquierda, persiguió sombras. Sin embargo, el Valladolid no parecía aprovechar las debilidades merengues. No estaban cerca el cero a dos ni el uno a uno.
El partido parecía dormirse y JIM decidió despertarlo con un golpe atronador en forma de cambio. Quitó a Óscar y metió a Larsson. El ‘diez’, que por fin jugaba de mediapunta, agradeció el esquema con un pobre partido y un mal gesto al ser sustituido que refleja el desencuentro entre él y el entrenador, a quien no saludó al salir. El 4-4-1-1 del Valladolid pasó a ser una especie de 4-4-2 en el que Larsson buscaba su sitio. Ancelotti respondió metiendo a Illarra por Isco.
Cristiano Ronaldo, ya con zapatillas de deporte, alentaba desde el banquillo. Seguramente pensaba que el agotamiento agarraba a sus compañeros. Los futbolistas del Real Madrid empezaban a correr como si llevaran en sus espaldas mochilas de veinte kilos. El Pucela, mejor físicamente, decidió irse con todo hacia arriba en busca del empate. Intuyó espacios el cuadro merengue con los que matar a la contra, pero no había fuerzas.
Osorio, que había sustituido a Jeffren y llevaba diez minutos paseando por el campo sin enterarse de nada, supo rematar a la red un saque de esquina. Iker Casillas, el santo que todo lo para y todo lo filtra, voló para intentar mantener al Madrid con vida en Liga, pero no lo logró. El Pucela tuvo la dosis de suerte que otrora no encontró.
En la recta final, los hombres de Ancelotti buscaron la épica, esa amante pasional con la que se reúnen de vez en cuando para elevar la temperatura de la noche. Sin embargo, fue Bergdich el que tuvo la ocasión más clara. Su contragolpe –tres para uno– acabó en un baúl de los recuerdos que se abrirá si el Valladolid finalmente desciende a Segunda División.
Explotó Zorrilla con el triple sonido del silbato del árbitro, aunque lo cierto es que no será fácil conseguir la permanencia. El Real Madrid dijo adiós a sus opciones de título, pero sigue manteniendo la posibilidad de ponerle el sobresaliente a su temporada. Todo dependerá de Lisboa.