El Real Valladolid ofrece una debilidad mayúscula a nivel psicológico a dos semanas de que finalice una temporada para olvidar

La victoria ante el Espanyol fue festejada con moderación a orillas del Pisuerga. El Pucela ganó, sin convencer, un partido vital en la batalla por la permanencia. Un gol de Rukavina, de esos en los que parece que el jugador le pega con el alma de los 15.000 que hay en el estadio, sirvió para sumar tres puntos cuyo valor dependerá de lo que ocurra en la recta final de la temporada.
Ganar sin saber cómo
En Valladolid, ganar es más noticia que no convencer. Las victorias llegan muy de vez en cuando, como los agradecimientos de un jefe por el buen trabajo realizado. Sin embargo, jugar mal y provocar bostezos se ha convertido en una seña de identidad del Pucela ‘post Djukic’. Pero lo peor es la sensación de debilidad psicológica que anuncian, sin pretenderlo, los futbolistas.
Contra el Espanyol, el gol de Rukavina fue un beso con los ojos abiertos. El típico instante de felicidad que no logra esconder los problemas. Segundos de alivio dentro de noventa minutos de una extraordinaria angustia. El Valladolid es el estudiante que llega a los exámenes finales con posibilidad de pasar de curso, pero sin haber estudiado. Una enorme interrogación vestida de blanquivioleta.
Al equipo se le ve nervioso, sin ideas y con el único recurso del corazón. JIM, mientras tanto, da palos de ciego desde el banquillo. No ha perdido el norte porque nunca lo ha encontrado. El sábado, sin ir más lejos, alineó a Óscar en la izquierda y pretendió solucionarlo una hora después situándolo de mediapunta. Además, decidió meter a Baraja –ni quinientos minutos en toda la temporada– cuando agonizaba la segunda mitad.

El Pucela ofrece la permanente impresión de ser un equipo que vive de inspiración y acciones aisladas. Quizá por eso lleva siete victorias en toda la temporada. Solo el Betis, ya descendido, ha ganado menos que el conjunto blanquivioleta.
El optimismo es la calculadora
Desde hace varios días, mi mente dibuja un desenlace dramático, con el Valladolid nadando para morir en la orilla. El único optimismo que puede haber es el que ofrecen los números. Saber que tienes la salvación en tu mano debería valer para estar moderadamente tranquilo, pero ni siquiera el propio Miguel Delibes sería capaz de encontrar unas líneas con las que convencer a los pucelanos.
El empate del Granada en Anoeta y la derrota de Osasuna ante el Celta fueron oxígeno para la entidad presidida por Carlos Suárez. El fin de semana habría sido redondo si el Barcelona hubiera competido en vez de pasearse ante el Getafe, y si Almería y Betis no hubieran echado un rápido polvo de veinte minutos.
Lo ocurrido obliga al Granada a ganar a un Almería al que se le hará raro jugar ante un rival que debe salir a por la victoria. Incluso el Espanyol, que parecía salvado, tiene que sumar contra Osasuna si no quiere vivir una última jornada de infarto. Esos dos partidos son la tabla de salvación de un Valladolid que encuentra más confianza fuera que en casa.