El Real Valladolid hizo el ridículo en Balaídos y se complica la vida. La actitud de los jugadores y la incapacidad de JIM invitan al pesimismo

Cuatro a uno. Nadie esperaba una debacle así. Ni siquiera perder aparecía en el guión de un Valladolid que aterrizaba en Vigo con los cálculos bien claros, aunque no con las ideas. Sin alma ni estilo, jugadores y cuerpo técnico dilapidaron muchas de las opciones de permanencia de un equipo que ve demasiado cerca el abismo.
Todo fue una broma de mal gusto. Macabra, diría yo. Al niño con gafas y apariencia frágil le quitaron la merienda y se aprovecharon de su inocencia. El niño, en lugar de defenderse, agachó la cabeza y asumió los golpes sin orgullo. Y como en todas las peleas de colegio, uno daba, el otro recibía y muchos se divertían mirando. Getafe y Almería fueron los que se divirtieron. Y si hubieran podido, habrían pegado al niño ellos también.
El equipo arrancó con timidez y poco a poco se fue destapando. Tanto se destapó que decidió crear una autopista por el centro. Se nota que estamos saliendo de la crisis. El Celta, lleno de jugones, vio el favor y lo aprovechó sin dar las gracias. Mitrovic y Jesús Rueda no cobraron nunca peaje y dejaron pasar a los rivales con señorío y sin preguntar el nombre.
Mientras los centrales perfeccionaban su autopista, los laterales abrían el campo como si se estuvieran vengando de sus compañeros. Fausto Rossi caminaba como en un pase de modelos y Álvaro Rubio no podía contener el caudal futbolístico de un Celta que convirtió una noche más en la fiesta del año. Incluso Óscar, siempre dispuesto a ofrecerse para crear, decidió que en Vigo tocaba descansar.
El Valladolid estaba partido y menos unido que nunca. Uno pensaba que la marcha de Ebert iba a curar todos los males. Era un pilar fundamental a balón parado y con una pierna derecha descomunal, pero no se llevaba bien con los compañeros. Ahora no sé ni dónde está. Tampoco sé dónde estamos nosotros.
Mientras Bergidch rompía a llorar tras su horrible partido y JIM mascaba chicle y se echaba las manos al bolsillo como intentando contar monedas, toda una afición miraba sin esperanza la caída de un equipo con el alma ahogada en las aguas del Pisuerga.
Jeffren fue el único que decidió dar la cara en televisión tras el pitido final. Los demás pasaron de largo. Isabel Pantoja les habría dicho que enseñasen los dientes, que es lo que jode, pero ese capítulo no tocaba en Balaídos. El canterano del Barcelona reconoció la superioridad del Celta y pidió un último aliento. A su vez, pesos pesados del vestuario y jugadores importantes se duchaban, buscando que el agua limpiase los restos de una noche sucia.
Lo único bueno es que la vida sigue y el Valladolid, quizá sin merecerlo, tiene cuatro balas más en su pistola. La próxima es el Espanyol. Ya no es cuestión de creamos nosotros, es cuestión de que crean ellos. ¿Creerán?