Cuando no hay palabras, generalmente solo hay llantos. Cuando no hay fútbol, generalmente solo hay llantos.

Os engañaron. Os engañaron el día que os contaron que el fútbol era alegría, que los payasos ríen (solo sonríen) y que la muerte no llega. En el fútbol hay payasos y se muere, se muere porque de no hacerlo, habría colapso.
Pero no, no escriban necrológicas, que ya sabemos lo que gusta el matar antes de tiempo en este país. Las pandemias se extienden tanto que el propio cuerpo parece inmune a perecer, a sentar lógica, habiendo sentado anteriormente precedente, sentando a 10.000 cada fin de semana (o lunes o viernes) delante de una ilusión. Una ilusión porque nada es lo que parece, porque acaba pareciendo nada. Leve, breve son.
La nada son las lágrimas de Berdigch. La nada ante las que hayan podido derramar otro antes, durante, y después. Siempre mediante el Real Valladolid. No amigos, no me dan pena sus lágrimas, ni tristeza. Al que algún sentimiento despierte sus lágrimas… Ese no habrá visto a un abuelo, a un padre, a un hijo, a sí mismo, llorando por un escudo. No.
¿Lágrimas de cocodrilo? Tampoco. Son solo de impotencia. Y menos mal, porque si es él, Zakarya Berdigch, el primero que derrama una lágrima por su equipo, por sus compañeros, en esta temporada, la cosa es para echarse a llorar. Qué ironía, echarse a llorar.
¿Y ahora qué?
Hay que secarse las lágrimas. Pesan, lo sé, son de plomo, lo conozco. Cuando estallan en las mejillas, son auténticas bombas. Hay que levantarse.
No hagamos como el banquillo del Real Valladolid, no hagamos caso omiso al socorro desesperado del que plañe a nuestro lado. Este que gime, el del valle de lágrimas, es el Real Valladolid. Igual que es nuestro equipo para pagar, lo debe ser para animar y apoyar. Si esto no parece suficiente, diré que, al menos, deberemos hacerlo para que cuando clamemos y reclamemos cuentas y justicia, tengamos las espaldas bien guardadas.
Iba a hablar de que el Real Valladolid ya lleva 14 salidas sin ganar (13 de Liga y una de Copa), pero ¿a quién le importan los números (si no es para creer que aún queda esperanza) cuando se le escapa entre las manos un escudo? Eso, a quién le importa. Espero que a los que juegan les importe, porque a los que no lo hacemos, sí.
Así estamos, qué triste es. Tan triste como para echarse a llorar.