El Real Valladolid sigue sin ideas y, parece, únicamente se salvará si aparece una buena autogestión por parte de los jugadores
Estamos a finales de marzo y la primavera entró con temperaturas invernales y sensaciones veraniegas. Hace frío, pero en la Valladolid futbolística seguimos teniendo los mismos pensamientos que cuando la pelota empezó a rodar bajo un cielo despejado y 25ºC.
El Pucela sigue sin jugar a nada y sin saber qué estilo adoptar. A la deriva, como si Zapatero o Rajoy estuvieran al mando, el equipo blanquivioleta asoma los pies por el precipicio, con las piedras huyendo hacia abajo y nuestra mirada observando que la caída puede ser incluso más dura que en otras ocasiones.
La victoria contra el Barcelona fue un oasis en el desierto. Semanas después de aquello no sabes si el Valladolid ganó porque supo lo que quería o porque su rival llegó a orillas del pisuerga más perdido que Belén Esteban en un debate sobre la situación de Crimea.
Ante el Sevilla volvieron a las andadas y contra el Rayo remataron la faena con un empate que tiene más valor como renovación semanal del crédito de JIM que deportivo. El Valladolid se ahoga con una lenta agonía y no sabes si todo este doloroso proceso va a servir para salvarte con el gancho o descender en el último suspiro.
Quizá el 1-1 ante el Rayo duela más que otros empates o incluso derrotas. Duele porque es un rival directo, porque ganar era salir del descenso, porque necesitabas reivindicarte y porque el cuadro madrileño no es, ni mucho menos, superior. Pero duele especialmente porque se produjo en un escenario surrealista.
Todo empezó cuando a JIM le dio un ataque de entrenador apostando por Jaime en lugar de Mariño. Como las parejas que pasan una crisis y la solución es hacer un viaje en lugar de afrontar el problema, el entrenador del Valladolid decidió tomar la decisión más inesperada buscando un cambio de rumbo que nunca llegó. El propio Jaime, que seguramente no esperaba la titularidad, firmó un partido gris, plagado de nervios y con errores de bulto en las acciones a balón parado.
La primera parte fue dantesca. El Rayo manejó a su antojo a un Valladolid sin ideas que sesteaba en cada acción. Lo único que salvó a los pucelanos fue la mediocridad de un rival con pocas ideas, fiel reflejo de Paco Jémez, un técnico que pretende dar lecciones futbolísticas al resto mientras su equipo recibe goles como churros y baila entre el penúltimo puesto y una delgada línea de salvación.
Ya en la reanudación, mientras Jeffren pedía en silencio la sustitución, midiendo muy bien sus carreras y acortando los esfuerzos por miedo a recaer en su lesión, el Rayo bajó y el Pucela creció, más por deméritos del rival y autogestión de ciertos jugadores que por un acierto del cuerpo técnico durante el descanso. Pese a todo, la mejoría no fue más que pequeñas dosis de inspiración, toneladas de improvisación y mucha casta.
El pitido final, acompañado por la indiferencia de un público anestesiado, dejó al Valladolid inmerso en las dudas de siempre y con la sensación de que la salvación es cuestión de inventar ante la falta de un plan definido. Eso le puede salir bien a Barcelona o Real Madrid, pero habrá que ver cómo le va a un equipo que no tiene en sus filas a Messi, Cristiano Ronaldo o Gareth Bale.
Ahora llegan Real Sociedad y Almería. Tal y como está la situación habría que sumar seis de seis, pero posiblemente la ley de la improvisación no permita conseguir más de tres. Y ojalá sea así. Ojalá la próxima semana vuelva a escribir con treinta puntos en el casillero.