Mientras Alberto Bueno se consolida como uno de los emblemas de la afición rayista, Óscar González sintió de manera especial el cariño del público de Zorrilla
Alberto God. Este juego de palabras digno del inglés más elitista posible, tan de alta alcurnia que podría ser empleado por la mismísima alcaldesa de Madrid, viene a reflejar una situación que no agrada en Valladolid.
Lejos de cualquier tipo de rencilla semi futbolística, a nadie agradó en Zorrilla el gol de Alberto Bueno, el cual celebró. El enfado del respetable, en cambio, venía derivado más por una situación de impotencia y de hastío que por el propio gesto del madrileño. El jugador que en Valladolid no triunfó y que en múltiples ocasiones estaba postergado a la suplencia, está cuajando una excelente temporada en Vallecas, y lo que es aún peor, la entregada afición rayista lo ha adoptado como suyo. La simbiosis entre los dos parece consolidada, más aún cuando Alberto Bueno es sustituido y se gira, palmas en alto, hacia la zona del José Zorrilla donde se alojaba la afición madrileña.
Esto duele en Valladolid, duele mucho. El gol no lo podría marcar otro, y ese otro, que en Valladolid no terminó de ser fundamental, se está saliendo. La relación establecida con Alberto Bueno a orillas del Pisuerga no es de agradecimiento, sino de posesión perdida. No me dolió que te marcharas, me duele que estés mejor con otro y encima vengas a mi casa a contármelo.
Mientras, los otros, los nuestros, veían cómo el Dios local no estaba. ¿Óscar, por qué me has abandonado? Parecía preguntarse la parroquia pucelana. El partido del mago no estaba siendo para nada espectacular, aunque todo pudo cambiar en un mano a mano con Rubén en el que el charro no fue capaz ni siquiera de tirar entre los tres palos.
He aquí el momento de la fe indómita en Zorrilla. El Dios local, el que con su presencia había relegado al nuevo Dios rayista a la suplencia cuando el «bukanero» se encontraba en estas tierras, había fallado. Quien no falló fue la afición vallisoletana cuando entonó el nombre de su Dios, invocando su esencia para que no desfalleciera. El detalle con mayúsculas del encuentro.
Los dioses, entes divinos que controlan nuestro destino. Así sucedió, Alberto Bueno, la deidad vallecana, puso el empate en el marcador, y Óscar, por parte blanquivioleta, desaprovechó la ocasión más clara para rendir tres puntos y compasión a sus seguidores. A seguir rezando.