No queríamos vivirlo y acabamos disfrutándolo. El Barça, que daba miedo, acabó dando pena

Acorde a mi modo de proceder, mi primera columna en Blanquivioletas empezará por el tejado, hablando del después, luego del antes y acabando por el durante. Sin ningún sentido, pero qué más da.
El después…
Una hora y algo después de terminar el Valladolid-Barcelona me encontré con Jesu y Gerardo. Como si viniéramos de una noche de fiesta, con la euforia todavía presente, el «hola» fue dado con saltos y abrazos. Nos faltaba la corbata en la cabeza y un matasuegras con el que hacer mucho ruido.
Pero no había ni borrachera ni boda. Simplemente un partido de fútbol o «un puto partido», como diría mi madre. Aunque no era así. Para la gente de Pucela, ganarle al Barcelona es como el que va a la discoteca y se lía con la tía más guapa cuando su intención era tomar algo y marchar a casa sin hacer ruido. Pasa una vez cada mucho tiempo.
La sensación era de euforia incontrolable, la misma que te lleva a decir que tú ya intuías lo que podía pasar. Es curioso, ya que de los últimos siete días, la machada se había pasado por nuestro pensamiento durante dos o tres minutos… como mucho. Pero eso no importa. Somos españoles, y más todavía si hay que exagerar. No dijimos que la Europa League era el objetivo real porque todavía nos quedaba algo de dignidad.
El antes…
Durante días, uno paseaba a orillas del Pisuerga pensando que la aventura por Primera División agonizaba. Mentiría si dijera lo contrario. Jugarse la temporada contra el Barcelona no era recomendable. Como el estudiante que va con todas las asignaturas a los finales. Vas porque hay que ir, pero te hubieras quedado en casa tan feliz.
«El Barcelona quiere llegar líder al Clásico», leía en la prensa. A veces imaginaba una derrota del Pucela por la mínima y casi me daba por satisfecho. No es derrotismo, simplemente es lo normal antes de un encuentro en el que había tanta diferencia futbolística –y económica, que recordaría ‘El Cholo’–. El corazón me decía que se podía, pero la cabeza impedía que me dejase llevar por los impulsos.
Aunque debo reconocer que durante la mañana del sábado algo cambió. Haciendo la quiniela con mis primos se nos pasó por la cabeza la idea de poner un uno, pero Ricardo, el mayor de los tres, invitó a la reflexión y a no tirar el dinero. Al final le pusimos un dos. Y el dinero acabó tirado igualmente. Al menos yo no pagué el desayuno.
El durante…
Foto: Real Valladolid
Llegué al estadio a eso de las tres y veinte en medio de una marea de camisetas blaugranas. Alguno, incluso, mezclaba la camiseta del Barcelona con la bufanda del Valladolid. Había ambiente de partido grande y santuario dividido. Diría que uno de cada cuatro aficionados era culé. Sin embargo, no eran demasiado ruidosos. Ya fuera por lo que se jugaba el Pucela –la vida– o porque el Barcelona no pasa por su mejor momento, lo cierto es que los barcelonistas animaron menos que otros años.
El partido comenzó con un Barça enchufado y un Valladolid algo timorato, demasiado respetuoso. Todo ello duró cinco minutos. El Pucela, consciente de la importancia del partido, encontró su personalidad y le dejó claro al rival que la tarde iba a ser dura, tanto o más que el césped, impropio de un equipo de Primera, Segunda o Regional. El pobre Xavi Hernández iba dando saltos como si estuviera evitando pisar una mina. Quizá eso explique su horroroso partido. O sus dos últimos años. Dos años jugando en patatales, supongo que tendrán eso. Pobres piernas…
Fausto Rossi marcó el 1-0 nada más superar el cuarto de hora. Uno lo celebra y luego reflexiona. «¿No habrá sido demasiado pronto?». El tiempo demostró que no. El gol pareció sentenciar a un Barcelona que estuvo lejos de lo que fue y demasiado cerca de lo que está siendo y será. Un equipo apático y pendiente de los destellos de un Messi que está a otras cosas. Que el Barça fuera una lágrima no era sinónimo de tranquilidad para el Pucela. Siempre quedaba el miedo de perder en un abrir y cerrar de ojos lo que tanto estaba costando conseguir. No en vano, hablamos de un equipo con tantos recursos que sería una temeridad darlo por muerto.
La afición estaba expectante. El Barcelona no apretaba y los minutos caían. Despacio, como las lágrimas que anuncian un desamor, pero caían. Del pánico se pasó al nerviosismo y del nerviosismo al «sí se puede», un cántico que llegó en los minutos finales, justo en ese momento en el que la hinchada blanquivioleta se dio cuenta que pensar en la victoria se aleja del milagro y se acerca a la realidad.
El tiempo de descuento fue el reflejo de todo lo ocurrido anteriormente. El Valladolid mató el partido en el campo rival mientras el Barcelona presionaba más con el peso del pasado que con intenciones futbolísticas. Los segundos finales transcurrieron a cien metros de la portería de Diego Mariño. Javi Guerra y Óscar protegían el esférico como el que guarda un tesoro, Xavi seguía esquivando minas en un césped deplorable y con patatas naciendo sobre él, Martino miraba ofertas en ‘Infojobs’ y la afición local gritaba «Pucela» con la misma fuerza que la noche del ascenso.
Y se acabó. Finalizó un partido y empezó una nueva vida. JIM dio con la tecla y debe tocar esa melodía durante las próximas jornadas para salvar al equipo. No será, finalmente, con el estilo de Djukic, pero tendrá valores como casta, coraje y honor. Valores con más de medio siglo de vida. Valores que unen. Siempre se puede si hay un argumento. Y ahora podemos decir que lo hay.