Los altos cargos del club vallisoletano han exhibido en público una fe plena en Juan Ignacio Martínez desde el comienzo de los problemas. El tiempo y la situación clasificatoria del Real Valladolid han impedido esconder la otra cara, la del descreimiento
«Sería el técnico incluso en Segunda», anunció el presidente Carlos Suárez a primeros de diciembre.
«No garantizo que siga», esgrimió dos meses después, irritado por la parálisis de resultados del Real Valladolid, más fuerte que los latidos emitidos por los jugadores en Zorrilla, que otro puñetazo más sacudido por la impotencia acalló. Minutos más tarde, el máximo accionista del club perfiló sus palabras y adelantó que Juan Ignacio pisaría el verde de Málaga, inmediato rival del conjunto blanquivioleta.
Pero las vísceras del José Zorrilla conocen mejor que nadie lo volátil de la palabra, lo inválido de una afirmación fría. Que quien domina los pasos, como hilos enganchados en sus pies, es la pelota, enemistada con el transcurso del Real Valladolid en la temporada de la consolidación y con Juan Ignacio, personalidad controvertida en medio de una convenida familia de jerarquía intocable. Accedió con el pie izquierdo a una casa de derechas.
Juan Ignacio no ha sabido agarrar a su plantilla y esquivar los nocivos aguijones que ha encajado desde que intentó pulir la estancada gestión familiar del club para profesionalizarla. Aunque ha sido aplaudido desde diversas aristas por su academicismo y tesón en el campo de entrenamiento, no ha instalado la confianza suficiente en su equipo ni, por tanto, trasladado el esfuerzo semanal a los hechos. El triunfo malformado.
Pero, tras la palabra volátil, subyace una búsqueda de nombres para ocupar el banquillo en el supuesto de que la coyuntura se tornara en insoportable. Soluciones entre las catacumbas del club y nombres tanteados, como el de Gorosito, que habrían aflorado a la luz pública si el Real Valladolid hubiera caído ante el Villarreal. No fue así, pero la confianza ya se había desgastado tanto que suturar la brecha requería de un viraje desconocido en la actual temporada.
El director deportivo, Alberto Marcos, tampoco ha podido ocultar el trabajo de oteo en la sombra que está desarrollando para seleccionar hipotéticos sustitutos de un hombre casi sentenciado. «No quiero decir que estemos pensando en cambiar, pero tenemos que reunirnos para hablar», matizó el exlateral pucelano cuando amainó la rabia emergida del empate con el Levante.
Además, la hinchada albivioleta brama con una sonoridad engrandecida la salida del técnico, como si un dique bloqueara el curso natural de un río, cuando pequeños, pero sólidos, muros de infortunio han alborotado, progresivos y aumentados, el itinerario previsto del club pucelano desde el cambio de entrenador. Lesiones manifiestas, figuras privilegiadas evadidas de responsabilidad y un terreno de entrenamiento desastroso, como alegoría del calvario blanquivioleta durante toda la campaña, han precipitado argumentos que, como a la palabra volátil, Juan Ignacio, se los ha llevado el viento.