
El Real Valladolid cae por cuatro a cero en Granada en uno de los ridículos más estrepitosos que se recuerdan. Si esto pudiera parecer poco, si no fuera suficiente para aglutinar palabras en un sangrante artículo, para convocar una mara de comentarios psicópatas y homicidas, o para abrir torrentes en mejillas ya marcadas por cauces salados, nada dulces. Si esto pudiera parecer poco…
Poca debió parecerle, en su época, a la cúpula nazi toda la represión llevada a cabo contra la población judía para que durante la noche del nueve al diez de noviembre de 1938 en toda la Alemania nazi y Austria se desarrollaran los pogromos y ataques de la conocida como ‘Noche de los cristales rotos’.
Pogromo, ¿y qué significa eso? Si consultamos el reclamado DRAE, obtendremos como definición «matanza y robo de gente indefensa por una multitud enfurecida», aunque, siendo un poco más exactos, podríamos decir que consiste en el linchamiento público de una parte de la población por parte de otra. El linchamiento puede desarrollarse de varias formas, y si recogemos la más banal de sus posibilidades, estaremos ante un escrache. Aunque, claro está, no queremos discutir la originalidad de la palabra, por excelencia, del 2013.
Nazis, pogromos, el DRAE… ¿qué tiene que ver todo esto con un detalle de un partido del Real Valladolid? Lejos de querer argumentar que entre sí esas palabras tienen algo sustancial en común, lo cual no sería complejo, iremos directos al grano: La noche del diez al once de enero en Valladolid fue la ‘Noche de los cristales rotos’.
Un pogromo en toda regla se originó en las redes sociales, en el colectivo blanquivioleta, en los medios de comunicación, en tu casa, en la nuestra, en la Avenida de Salamanca… tras el ya citado partido en Los Cármenes.
Hablaba un servidor de una posible venganza de José Zorrilla pergeñada por el Real Valladolid en Granada antes del partido. Incluso al mismísimo Don Juan Tenorio se le hubiera caído la cara de la vergüenza. Alegrémonos de que Zorrilla no tuviera que dar consentimiento alguno para que el estadio de fútbol de su ciudad llevara su nombre. Ni su ingenio hubiera podido predecir semejante desastre.
El pogromo nazi, obviamente, no trajo consigo nada bueno. ¿Y el vallisoletano? El linchamiento a una plantilla, a un cuerpo técnico, a un presidente, en definitiva, a este, repito, a este Real Valladolid, no debe parecernos tan cruel. Como muchas veces se dice en la historia política, “los errores están para aprender de ellos, para no volver a repetirlos”, y de eso trató la “Noche de los cristales rotos”, de querer acabar con todo lo que no aporta nada positivo recordando ya no temporadas o situaciones parecidas a esta, sino, incluso, partidos concretos.
En fin. El odio, la rabia y la frustración interna descargados de la manera más repentina, fácil y mayúscula que pudiéramos imaginar. Pero señores, no se equivoquen, nadie que dijera «esta boca es mía» (carnet de abonado en la cartera) cometió delito alguno. Recemos a Dios por que solo quede este testimonio, y el coche volcado en la Avenida de Salamanca, de la ‘Noche de los cristales rotos’. La luna rota también, en una noche a las cinco de la mañana, escenario idóneo donde Zorrilla situaría uno de sus finales, finales felices como el de su Don Juan, como esperemos que sea el de este tortuoso calvario, para que vistas las orejas al lobo, todo esto no pueda parecer poco.