El gol de Oier Sanjurjo en el minuto 83 supuso para el Real Valladolid la puntilla de un partido con un juego insulso y nada definido.
Se dice que la paciencia es la madre de la ciencia, pero los parroquianos de Zorrilla ya la desechan y profesan la sana fe: no quieren jugar con experimentos y prefieren ver ganar a su equipo, aunque no lo vean fácil.
Ayer en Zorrilla se conjugaron muchos sentimientos, casi siempre contrariados. Después de más de veinte días sin fútbol de Primera División en Valladolid, muchos eran los que ansiaban volver a disfrutar de su equipo. Alentando este anhelo, Juan Ignacio Martínez perseguía el «dar una alegría» a la afición. Un caldito de fútbol para combatir el frío, pero no se ofreció ni un chupito de aguardiente.
El vaso se empezó a llenar con una primera parte de más a menos, en la que el equipo solo buscaba la velocidad de Berdigch y Larsson, principalmente, a la espalda de la defensa rojilla.
El hecho fundamental del partido se produjo con esas sustituciones. Por mera casualidad, o por algo premeditado, el Real Valladolid solo sabía crear peligro a través de ellos, pero Juan Ignacio Martínez, de un plumazo, se encargó de cortar la principal producción ofensiva de su equipo. No quiere decir esto que, por ejemplo, Berdigch estuviera acertado durante los minutos que estuvo en el campo, pero sí que era de lo que el equipo se nutría para atravesar la defensa osasunista.
El resto del partido; un continuo ir y venir de imprecisiones, de goles marrados y paradas de Diego Mariño. El Real Valladolid continuó sin encontrar su sitio, y el partido se colocaba en el punto de mira de Osasuna. Quizás fue esto último lo que debió haber evitado el conjunto blanquivioleta para haberse acercado algo más a la victoria.
Finalmente, en el minuto 83, el vaso se desbordó. La gente comenzó a abandonar Zorrilla viendo como su fin de semana empezaba de modo nefasto. Tanto, como el juego de su equipo en la noche del viernes. La derrota hace daño, pero conviene tener claro que el gol solo fue la gota que colmó el vaso, la puntilla a un Real Valladolid que no hizo mérito ninguno para llevarse el partido. El verdadero problema continúa una semana más: no somos ya un equipo aspirina, somos el aguador de la Primera División.