El Real Valladolid cae ante el Almería en su peor partido de la temporada fruto de una trampa de Rodri.
El gol anulado a Cala en el Camp Nou. Un penalti en contra del Elche que no fue, como la expulsión a Sergio Ramos. Una pena máxima sancionada sobre Nabil El Zhar que en realidad fue fuera del área. Y, desde ya, el tanto de Rodri con al más puro estilo jugador de voleibol. Un error más y Muñiz Fernández podrá ser presentado en un cartel como el mejor de los diestros, con el manido «¡seis toros, seis!», en el que en lugar de astados enfrente tenga que lidiar con aficionados de diferentes ganaderías que le reprochen cada cual el robo que considere.
Un momento. ¿Robo? Mmm… Sí y no. No será quien escribe el que defienda la infausta labor del colegiado asturiano, quizá el peor que ha visto ejercer como trencilla en su corta vida. Pero, sin pretender meterse en un jardín, sí ha de decir este humilde escribiente que es posible que su situación en la jugada no sea la mejor para ver el engaño de un mal deportista como es Rodri, el goleador.
No le exime esto de culpa. Habrá quien diga que el fútbol es para listos, y que el palmeo a la red tiene un leitmotiv honorable, que muchos persiguen, como es el triunfo, a corto plazo, y la salvación a la larga. Incluso algún osado puede pensar que bendita la hora en que se produce un hecho semejante si a la postre resulta determinante. Pero, me van a perdonar, yo a los tramposos no los quiero en mi equipo. Aunque el honor no dé de comer y lo contrario, llegado el caso, quizá sí.
El partido entre Real Valladolid y Almería aparecerá seguramente resumido en las crónicas como un hurto a los blanquivioletas. Eso sí, menor, porque solo sirvió para dejar de sumar un punto. Pero, qué narices, un punto es un punto. No hace granero, pero ayuda a llenarlo para cuando venga el invierno. Vaya, que no se puede hacer de menos al empate que habría obtenido el conjunto de Juan Ignacio si el fútbol ficción fuera real.
Pero una mano no nos debe impedir ver el bosque. En circunstancias normales, el partido perpetrado da para lo que da, para caer sin remisión. Solo la falta de acierto de Aleix Vidal para sentenciar al contragolpe y, en general, la escasa ambición de su equipo para dar un golpe de mano –con perdón- al Real Valladolid impidió que el resultado fuera más abultado. Pero debió serlo.
No tanto porque los de Francisco fueran netamente superiores, cierto es. Nada hubo del brillo famoso que antecedía al encuentro; de ese equipo que supuestamente jugaba mucho mejor de lo que unos resultados pobrísimos indicaba. Lo que no quiere decir que no fuera verdad, dicho sea de paso. Realmente era así, merecían más. Aunque no ante el Valencia ni en esta ocasión.
Dicho esto, también los de Juan Ignacio sumaron un punto ante el Sevilla y la Real Sociedad después de ser ramplones durante más de una hora, lo que quiere decir que, al final, sea o no para listos, esto es fútbol, y el fútbol no va tanto de jugar mejor o peor como de marcar. Aunque los goles, aunque suenen a obviedad, suelen llegar más fácil si se juega bien –ojo, bien, no necesariamente bonito-. Y los hombres de Juan Ignacio, de nuevo, olvidaron hacerlo.
Transcurridos once partidos, casi un tercio de competición, las lesiones ya no deben ser excusa, pues todos los equipos de Primera División han afrontado diversos envites con bajas en diferentes momentos de la campaña. Tampoco que se echa de menos a Víctor Pérez y Óscar, aunque no sea mentira, ya que Fausto Rossi es un digno sustituto y arriba hay alternativas; ni mejores ni peores, diferentes. Es un patrón lo que falta.
De juego, conviene matizar. ¿O acaso lo hay? Un día, presión alta para robar y dañar. Otro, medio repliegue para ensuciar la posesión del rival. Al tercero, intento de dominio de la posesión, con toque horizontal predominante. Al siguiente, salida en corto desde atrás y juego vertical a partir de la media. Y al quinto… al quinto, el partido contra el Almería.
Esto, claro, no es culpa de Muñiz Fernández, por más que sea un árbitro al que mejor le iría en un plató de televisión que sobre el césped. Ni siquiera de Rodri, cuya recepción defensiva nada tiene que envidiar a las que en su día realizaban Cosme Preñafeta, Rafa Pascual o José Luis Moltó. En realidad, ni siquiera se puede culpar solo a Juan Ignacio Martínez, por más que el tópico diga que la derrota tiene solo un padre.
Él no es el irregular extremo izquierdo que se hace veinte minutos de cada trescientos. Ni el jugador decisivo que recibe una segunda amarilla estúpida. Como tampoco el mediocentro insulso y sin fútbol. O el zaguero desacertado. Sí quien los alinea, pero en fin. En parte, suya es la culpa de que el equipo no se encuentre. No que no se adapte, no falle, o lo que es peor, no corra como alma que lleva el diablo.
Volviendo al inicio, la derrota ante el Almería pudo ser un hurto, pero solo a medias. Rodri engañó y Muñiz picó, pero es el Real Valladolid quien luego es incapaz de levantarse; no ya para remontar, como otras veces, sino siquiera para jugar a algo. Las sensaciones, por ende, otra vez, son malas. Y eso no es culpa de una sola mano, sino de dos por cada integrante del plantel y staff técnico que no muestra tino ni capacidad para ser el timonel. Que el error ajeno no impida la autocrítica. Que una mano no nos impida ver el bosque.