La victoria del Real Valladolid en Madrid ante el Rayo Vallecano se puede resumir solamente en tres palabras: Sí, se puede.
Ni el más demócrata de los demócratas creía en algo parecido, pero sí se hizo. Y se hizo mucho en Vallecas. El ala oeste de la ciudad blanca pintó violeta el alfeizar de sus balcones una vez más, mientras Manucho se convertía en el primer acompañante negro de Javi Guerra en Primera.
Y sobre esto último es preciso detenernos. ¿Cuánto se ha debatido sobre Guerra y Manucho? ¿Cuántos ríos de tinta hemos surcado con disputas entre ‘guerristas’ y ‘manuchistas’? Cuantísimos caracteres se han desperdiciado, hecho añicos con algo tan simple como poner a los dos juntos, en amor y compañía. Al menos en Primera División, desde el inicio del encuentro, esto nunca había ocurrido.
Sí, se puede jugar con los dos. No explotan si los dispones a la vez, no poseen polos contrarios que se repelen. Pudimos ver a Guerra liberado de ataduras y defensas férreas de centrales obsesivos. ¡Que se pegue Manucho con ellos, que ya es grande!
¿Hace cuánto que no veíamos a Guerra conducir el balón casi sin oposición durante más de veinte metros? En su gol lo vimos. Es lo que tiene el que haya otro al que tenga que vigilar el enemigo. Y si encima el otro acude como un loco a la presión…
Sí, se puede presionar muy arriba. En pretemporada se señalaba la presión como una de las características más notables de este Real Valladolid de Juan Ignacio Martínez, pero llegaron las lesiones y la competición, y eso se acabó. Quizá haya sido el campo, el rival o la imperiosa necesidad vallisoletana, pero en Vallecas se presionó.
Sí, se puede jugar de forma directa. De algún modo inexplicable, rozando lo paranormal, se ha descubierto en el partido contra el Rayo Vallecano que el juego no se pierde si el balón se levanta más de dos metros del suelo y recorre más de treinta metros hacia adelante. Un hecho inaudito que nos propicia una victoria. El ¡eureka! más inconcebible de la historia del fútbol.
Sí, se puede estar seguros en defensa. Casi tan extraño como lo anteriormente citado puede ser para algunos el hecho de que cuanto menos tiempo deambule la pelotita cerca de tu área, menos ocasión hay de perderla. Los errores añejos no se produjeron. Sin duda el equipo estuve concentrado en todo momento, incluso con el marcador muy a favor, pero el no lamentar errores garrafales atrás quizás tenga que ver con que los zagueros solo se tuvieron que dedicar a defender, que es lo suyo.
Para llegar al Pentagono falta mucho camino por recorrer. Visitaremos feudos de votantes contrarios y no faltarán reveses, gente que ponga palos a las ruedas, ni elefantes que destrocen nuestra cacharrería. Nos fuimos a Madrid, y volvimos sin remordimientos. El burro comienza a andar porque descubrimos que sí, se puede.