El Real Valladolid consiguió un empate ante el Sevilla que sirve para cerrar la herida abierta en distintos frentes.
El Real Valladolid fue capaz ante el Sevilla FC de no desangrarse. Los goles de Manucho y Ebert hicieron que el equipo sumara un punto de aproximación que permite continuar con una salud endeble pero estable y que puede llegar a ser la desviación hacia un nuevo camino.
Aproximación hacia una nueva forma de entender el juego mientras los que no están sigan faltando, hacia un nuevo estado anímico, marcado por la recuperación de los lesionados y el nuevo rol de ciertos jugadores. Debemos entender el encuentro como un pasito más hacia la salvación. Estamos más cerca de ella, no más lejos.
Cierto es que para llegar a un empate positivo, o que al menos deja un buen sabor de boca, el Real Valladolid tuvo que sufrir en sus propias carnes la herida abierta que suponía el centro del campo dispuesto por Juan Ignacio Martínez. El mediocentro con Baraja y Rossi no era capaz ni de sacar la pelota jugada, ni de ocupar la parcela ancha, haciendo que los hombres de tres cuartos de campo del Sevilla hicieran y deshicieran a su antojo.
A ello se sumaba la inoperancia de Omar Ramos en la mediapunta. De nuevo el jugador canario demostró que si tiene un hueco en el once inicial de este equipo, será en banda, nunca por el centro. Ni supo encontrar a Javi Guerra, ni ofrecer soluciones buscando las bandas.
Probablemente, la sangrante herida del equipo no solo era culpa de los citados anteriormente, pero sí fueron los ejemplos más claros. Con un Valladolid moribundo, se llegó el descanso.
¡Abran paso!, entramos en urgencias. El cirujano Juan Ignacio Martínez comienza en el entretiempo a intervenir al paciente. Lo primero que hace es curar la herida con alcohol de 90 grados (o centímetros por encima del metro), y para ello introduce en el terreno de juego a Manucho. Más tarde, Valdet Rama haría de hilo conductor del peligro blanquivioleta, y con la precisa aguja de Álvaro Rubio se acabaría por cerrar la herida.
Se había iniciado la recuperación del herido, pero aun así quedaba por hacer. Manucho, que antes fue alcohol, actuó como un antiséptico con un testarazo inapelable que le convirtió en betadine. Solo quedaba colocar la venda, y fue Patrick Ebert el encargado de hacerlo.
Dicha venda hace que en el momento el paciente sea dado de alta, pero también puede llegar a tener un efecto contraproducente a corto plazo si la herida no se deja curar al aire fresco. Una venda en los ojos de todo aquel que no viera que ayer solamente rescatamos un punto gracias a la intervención médica. Curioso que con tanto lesionado fuera la enfermería la que rescatara ese punto de aproximación.