En Londres se apagó su repercusión, aunque ya en Bremen redujo su impacto en el fútbol europeo. Ahora, Sevilla como medio para arreglar un violín desafinado. Sin embargo, no visitará el José Zorrilla por lesión.
Si montáramos en un DeLorean y recorriéramos cualquier punto de Alemania en vísperas del Mundial, o nos confundiéramos entre la hinchada teutona camino de algún estadio en Sudáfrica, advertiríamos una fe ahora aplacada en uno de los suyos. En uno más de la Mannschaft.
De estatura reducida, cabello rubio y piel clara, cumple casi a la perfección los cánones del estereotipo alemán, salvo por la primera característica y porque su nariz aguileña deja escapar sus raíces bosnias, sangre emigrante. Montados en el DeLorean, arquearíamos las cejas al percibir a un Marko Marin considerado como uno de los integrantes más ilusionantes de la selección dirigida por Joachim Löw.
Alemania saludaba el salto dado por una camada que, un año antes de desembarcar en el sur de África, se había alzado en campeona de europa sub 21 entre los Mesut Özil, Manuel Neuer, Mats Hummels, Sami Khedira o… Patrick Ebert. El bloque de Low terminaba de conformarse con los futbolistas finalistas de la Eurocopa de 2008 y el talento renovado de las categorías inferiores.
De ellas asomó Marin, que en el Borussia Mönchengladbach puso su nombre en las estadísticas y comenzó a recoger las semillas de la experiencia en la Bundesliga. Ningún factor externo se anteponía a su progresión, llevándole en 2009 a fichar por el Werder Bremen de Thomas Schaaf.
El DeLorean de Marko pide estacionar en aquel tiempo de Bremen. Allí jugaba al lado de Mesut Özil, con quien quemaba etapas al unísono en búsqueda del éxito, enclavados en una línea muy paralela de consideración. El Werder, que había atrapado la clasificación a Europa al terminar la campaña 2009/10 solo por detrás de Schalke y Bayern de Munich, comenzó a desfondarse, como Marin. La marcha de Özil al Real Madrid los alejó definitivamente del marco mediático, mientras que a Marko lo rebasaban por ambos costados en la carrera por continuar en la Mannschaft. La confianza de Low minaba, y su teléfono ya no volvió a sonar.
Ausente en la Eurocopa de Polonia y Ucrania, Marin dictaminó que las cuerdas de su violín debían afinarse para resonar de nuevo. Y hacerlo al compás de otros compañeros de selección que le cerraban el paso. El DeLorean lo traslada a la lluviosa City londinense, donde el Chelsea, desembolsando siete millones de libras, lo acogió durante una temporada que significó uno de sus más nefastos periodos en el ámbito deportivo.
Probablemente, Marko Marin tuerza el gesto al rememorar la casi perenne lluvia que riega el verde de Stamford Bridge o el griterío de la afición ‘blue’, porque solo pudo festejar un tanto suyo en un enfrentamiento de liga con el Wigan Athletic. En competición de Premier, disputó seis partidos. Futbolistas como Juan Mata, Óscar, Moses o Eden Hazard taponaron su continuidad.
Tampoco Roberto Di Matteo ni Rafa Benítez –con quien cumplió su primera titularidad en la jornada veintiuno- desvelaron ninguna credulidad en un regateador que, era consciente, no permanecería por mucho más tiempo en el Chelsea salvo que el nuevo entrenador quisiera reflotarlo. Algo que no sucedió.
El director deportivo del Sevilla, Monchi, contempló en Marin la figura que inyectaría ilusión a un proyecto que debía reestructurarse para pervivir en un escenario de reajustes económicos. A pesar de la dificultad de la negociación –cesión sin opción a compra- declarada por el directivo sevillista, ésta se culminó.
En la presentación de Marin, Monchi llegó a sostener que en sus trece años al frente de la parcela deportiva del club, la cesión del mediapunta teutón supone una de las operaciones de las que “está más satisfecho” ya que era utópica y, finalmente, se ha tornado en real.
Las sensaciones que ha trasladado a la hinchada hispalense desde su llegada a Sevilla, sin embargo, han sido muy ambivalentes. Influencia y varios goles significativos –dos ante Slask Wroclaw en la fase previa de la Europa League- lograron encumbrar a Marin en los primeros partidos. Pero la realidad deportiva ha llevado al Sevilla a posiciones medias de la clasificación y a Marko Marin a disminuir su nivel.
De hecho, en Anoeta partió desde el banquillo como toque de atención de Unai Emery después del insulso encuentro que completó en la jornada precedente en el triunfo ante el Rayo Vallecano.
Entre la afición del Sevilla brota un murmullo que le solicita compromiso en el terreno de juego. Una petición que el encendido técnico vasco concreta en un mayor esfuerzo defensivo tras pérdida, ya que por la forma de jugar del pequeño mediapunta, definida por continuadas conducciones y desequilibrio, puede igualmente descolocar en la transición defensiva a sus compañeros.
El DeLorean de Marko se encuentra aparcado hasta el próximo viaje. Aunque, cuando vuelva a desempolvar el volante, esperará emitir una sonrisa por la decisión bien tomada.