La llegada de ‘El Tata’ Martino al Fútbol Club Barcelona abre el abanico de opciones de juego, algo que parece que el entorno de la entidad azulgrana no ha encajado del todo bien.
Andan los de ahí arriba, los del país llamado Cataluña, con la mosca detrás de la oreja. La desgraciada enfermedad de Tito Vilanova ha obligado a recurrir a algo inaudito, a ir al mercado en busca de un entrenador, algo que no ocurría desde antes de que Messi fuera Messi. Y, aunque, decían antes incluso de que firmase el técnico era de la cuerda del astro rey, creen que el buen hombre ha venido a cambiar todo aquello que ha convertido al Fútbol Club Barcelona en el equipo que ha practicado un fútbol más preciosista en toda la historia.
Como la central lechera acostumbra a morder con el colmillo torcido, la prensa afín a Rosell se apresuró a decir que la Paraguay que se enfrentó a España en Sudáfrica nada tiene que ver con el manual de Gerardo Martino, que para comprobarlo bastaba con ver lo bien que jugaba Newell’s con él en el banquillo. Y es verdad, jugaba de cine, pero ahora los mismos que agitaban la mano al grito de «eh, que no, que ‘El Tata’ sabe» son los que ahora lo discuten por, ¡oh, sacrilegio!, perder la posesión en un partido y cederla en la mitad de otro.
Coincidió, encima, que los dos encuentros se jugaron en tres días. Y que, antes, Alexis salvó el camino hacia el récord que desde esta semana ostentan en el descuento, ante el Sevilla, y con polémica, después del gol anulado por Muñiz Fernández a Cala. Lo que conviene recordar es que en ambos enfrentamientos, ante Ajax y Rayo Vallecano, el resultado final fue de cuatro goles a cero.
Pero con eso no basta, dicen en la Ciudad Condal. Hay que preservar el estilo. Y no les falta razón. Ya quisieran para sí casi multitud de equipos tenerlo tan claro y meridiano como lo tiene el Fútbol Club Barcelona. Aunque con matices, como los que El Tata ha querido traer, porque por más que levantase una enorme polvareda, Piqué tenía razón al afirmar que exageraron tanto que fueron esclavos de su modelo de juego.
Afirmaba hace no mucho quien escribe estas líneas que terminó muriéndose de Pep, aunque bien es cierto que no feneció del todo. Tito Vilanova mantuvo viva la llama de aquel Barça que fue, aunque no terminase de ser el mismo. Porque, cuando Pep se fue, pereció el Barça líquido, el genio posicional, y dio lugar a un puñal que, a la hora de transitar, solía autolesionarse.
Alexis es un maestro del espacio, y pocos aparecen como Cesc, pero el decaimiento físico de Xavi Hernández provocó que la tuerca girase demasiado rápido y hacia el costado. Basta con ver que Adriano, Dani Alves y Jordi Alba fueron tres de los nombres propios de la pasada temporada y, mientras tanto, Andrés Iniesta, por más que continuase con su ‘zinedización’, apenas fue decisivo.
Fue ese, el del año pasado, el Barcelona que corrió, y no el de Guardiola. De ahí que Tello, hiciera brotar sangre en el costado. Solía encontrarse con unos cuantos metros por delante, los justos para parecer atleta.
La renuncia a la presión hizo al equipo dar un paso atrás. No se encerraba, no jugaba al contragolpe, pero era otra cosa. Jugaba a una marcha más, apostando por una menor horizontalidad. Y, al correr hacia adelante, el equipo se partía y olvidaba que para atrás también hay que correr. Y Busquets, coche escoba, no puede recogerlos a todos; no puede ocupar todos los vacíos de ayudas. Y Mascherano falla. Y Puyol sigue siendo de corazón bravo, pero cada vez menos vivaz.
Lejos de convertirse en coyuntural, el Barça lo porfiaba todo a la espectacularidad que ofrecía ser un punto más directo. Los partidos eran más abiertos, pero no importaba; en el intercambio de golpes, pocos infringen tanto daño como ellos, no tanto porque todas sus piezas sean capaces de dañar como porque nadie lo hace como Messi. Y si él está, y los demás aportan su granito de arena… pues eso.
¿Dónde estuvo entonces el problema? ¿Por qué dice Piqué que el toque les esclavizó? Porque tiene razón, aunque decir esto parezca contradecir lo anteriormente explicado. Porque pocos son los equipos que se atreven a ir al intercambio de golpes con el FC Barcelona. La mayoría esperan, contraviniendo a veces incluso al estilo que promulgan, y ahí es donde los de Tito sufrían.
Sin un delantero de la vieja escuela, grande, fuerte, al que poder recurrir para colgar balones al cielo, el Tito Team era continuista; esto es, se vestía despacio por aquello de que tenía prisa. O, dicho de otro modo, rara vez se inquietaba y revolucionaba; buscaba el hueco de modo pausado y en base al entro salgo, aparezco y desaparezco. Era posicional por obligación, más que por devoción.
De Tito a Tata
No es que Tito Vilanova quisiera borrar de un plumazo un legado del que era parte. Ni quiso revolucionar el fútbol del Barça ni renunciar a lo que era a cambio del fútbol directo. No renunció al toque, sino a la pausa. Y es curioso, porque no hay mejor modo que hacer daño que provocando el vértigo del enemigo en el balcón de su área, del que desapareció la presión.
Apostó por el vuelo porque contaba con pilotos de altura. Y, además, porque Xavi –maestro del juego posicional-, decíamos, no pasó por su mejor momento. Así, quiso acelerar el proceso de cambio que lleva de Hernández a Fàbregas, lo que provocó unos desajustes que, sin embargo, no impidieron que el conjunto azulgrana acabase llevándose llegando a los cien puntos en Liga, con la consiguiente obtención del campeonato.
La nueva recaída de Tito, definitiva a la hora de desaparecer del foco mediático, ha trajo a Gerardo Martino de Newell’s Old Boys, la cuna de Lionel Messi y Marcelo Bielsa y casa de acogida de Diego Armando Maradona. ‘El Tata’, como es conocido en el mundo del fútbol, venía de ganar el Torneo Final y alcanzar las semifinales de la Libertadores con un modelo de juego atractivo, de toque, como el que gusta en Can Barça.
Sucede que antes, en Paraguay, había sido otra cosa. Pero Tata es eso, pura combinación. Aunque también la presión elevada guaraní, liderada por en ‘La Lepra’ por Víctor Figueroa, Maxi Rodríguez y un nueve mentiroso, Nacho Scocco. Es, este, el rasgo en el que se parece más a Marcelo Bielsa, con el que ha sido comparado por su pasado y conceptos semejantes del juego, y en el que más ha insistido a su llegada a Barcelona.
Probablemente, el Barça jamás volverá a ser el primigenio, el de Pep Guardiola; el líquido que confundía al rival a base de superioridades e inesperadas apariciones de este, el otro o aquel. Pero puede parecerse, identificarse como semejante, siempre que la intención primera sea la de permanecer juntos en campo rival y no volar, sino trotar y hacer que el balón circule rápido.
La primera, pero no la única. Porque el técnico argentino ha introducido un matiz que el FC Barcelona no albergaba; una opción de juego antes jamás contemplada, la de dar el cuero al rival o permitir que lo tenga para, una vez recuperada la posesión, ahora sí, correr. Nada nuevo, como hemos visto, salvo porque la carrera viene precedida de un robo, y no del manejo del esférico; parte de campo propio con el fin de lanzar un contragolpe, con el rival abierto.
La pérdida de la posesión contra el Rayo Vallecano, con todo, fue accidental y no resultó incidental. Contra el Ajax, no se perdió, se dejó, por momentos. El Tata reconoció más tarde que así había sido, y que así será, en ocasiones, cuando el equipo que está enfrente se preste a ello. Lo que no quiere decir que sea la idea primigenia. Martino, sensible con la historia y amigo del fútbol culé, quiere manejar varios registros, con el que es inherente al Barça como actor principal.
Lejos de lamentarse, de desconfiar o afirmar que va a acabar con la tradición, la culerada debería recordar cuál fue la razón por la que se desgastó el proyecto de Pep y por la que Tito no terminó de cuajar y dejar hacer. La falta de un ‘Plan B’ y de una alternativa capaz de descargar a Lío Messi de la responsabilidad de decidir en cada cita acabó con un modelo que ahora, con Tito y Neymar, promete renacer. De momento, en Liga, los números le avalan: siete de siete en el mejor inicio de la historia.