El Real Valladolid salva un empate ante el Levante después de jugar la mitad del encuentro con un hombre menos por la discutible expulsión de Bergdich.
Del mal, el menos. Con esa afirmación se puede resumir la visita del Real Valladolid al Ciutat de Valencia, después del mucho sufrimiento que pasaron los hombres de Juan Ignacio Martínez para conseguir sacar un punto ante el Levante. No tanto por ocasiones, quizá, pero sí por esfuerzo, por cuánto debieron remar para salvar el empate.
Lo hicieron a contracorriente, además. Tras la expulsión de Bergdich por culpa de un penalti cuanto menos discutible al filo del descanso, tuvieron que lidiar con un rival complicado, que se encuentra en un buen estado de forma, y debieron hacerlo con un hombre menos durante la mitad del encuentro.
El sostén, de nuevo, fue Diego Mariño. Aunque no solo, porque por redundante y extraño que parezca, teniendo en cuenta que es el portero el señalado como figura, defensivamente el equipo estuvo correcto, al menos en la segunda parte, en la que los caros errores de la primera no volvieron a darse.
El primero, de Carlos Peña, que salió mal al achique, permitió que Rubén García encarase la puerta en una franca oportunidad y obligó al gallego a hacer una parada más propia de un guardameta de fútbol sala, abajo, con el pie, tapando un espacio que parecía el ideal para la definición.
La siguiente ocasión sería de Juanfran, que se encuentra en su enésima juventud, y –esta sí- terminaría en gol. El carrilero zurdo galopó sin que Rukavina se opusiera y sin que Rueda pudiera y sirvió el balón al corazón del área, desde dentro. Bergdich, que llegaba por el otro costado, marró en el despeje y el balón le cayó a Babá, que fusiló la meta y adelantó al Levante.
Como si con ello el franco-marroquí no hubiese tenido suficiente, al borde del descanso, corrió con Xumetra en busca de un servicio al punto de penalti que dio con los huesos del extremo en el suelo y llevó a Hernández Hernández –sí, el del ‘minutazo’- a decretar el máximo castigo: penal y tarjeta roja por una acción, por lo menos, dudosa; en la que no parecía que el atacante pudiera llegar a finalizar ni que hubiese el contacto necesario para el derribo.
Entonces otra vez creció Mariño, para, más que ser diminutivo de mar en gallego, convertirse en océano. Dicho de otro modo: es tan grande, abarca tanto, que hacerle sacar de dentro de las mallas un balón es tarea ardua, y ya son varios los equipos que dan buena cuenta de ello. Conviene señalar, empero, que en el tiempo restante ayudó a que no volviera a encajar la incapacidad rival. Aunque antes vamos con otras cuestiones.
El caso es que, como contra el Atlético de Madrid, el tanto que puso por delante al rival del Real Valladolid narcotizó al equipo. Como si no fuera ya suficiente con el juego desplegado de por sí, vaya. Porque, a decir verdad, para entonces, los de Juan Ignacio no eran ya más que un simple regusto de lo que prometieron ser al inicio del encuentro. Y es que empezaron intensos, tocando bien, aun sin profundizar, pero poco a poco se diluyeron.
Omar inició eléctrico, pero pronto se quedó sin pilas. Guerra bajaba a asociarse con Baraja, una de las novedades, y Sastre. Y estos dos buscaban en largo, en ocasiones, las varias y variadas carreras al espacio de ‘El Zorro’ Osorio. Sin embargo, con el paso de los minutos, este esbozo se quedó en nada más que eso, el ataque desapareció, el Levante empezó a discutir la posesión a los blanquivioletas y solo una genialidad del nueve rompecorazones permitió empatar.
En la reanudación, Baraja pasó a ocupar el centro de la zaga junto a Rueda y en un breve lapso de tiempo Lluís Sastre se quedó solo en la media. Como si nada hubiera pasado, el Real Valladolid pegó un ligero arreón. Pero como es mejor un punto que ninguno, y con un centro del campo tan desguarnecido lo lógico era que el rival acabase imponiéndose, entró Fausto Rossi para completar una segunda línea de cuatro.
Entonces el Pucela dio decididamente un paso atrás y dejó a Guerra solo en punta, con Ebert y Rama como eventuales lanzadores de contragolpes, que a la postre se quedaron en nada, con y sin Manucho en el césped. El cerrojo fue evidente, pero también disculpable, teniendo en cuenta la inferioridad numérica y que Joaquín Caparrós introdujo a un segundo delantero con el fin de ir a por la victoria de manera decidida.
Al final no le salió y el empate deja al Real Valladolid unas extrañas sensaciones. Por un lado, ha sido capaz de puntuar ante un rival duro, que lleva desde la jornada inaugural sin ganar, a pesar de los duros condicionantes. Pero, por otro, fue incapaz de desplegar un fútbol consistente y de garantías ni siquiera en igualdad. No obstante, confirma que hay portero, que Rossi y Rama pueden sumar y que sí, que El Zorro está presto y dispuesto para empezar a golear. Quizá, por qué no, el viernes ante el Málaga.