Diego Costa es el epicentro del juego del Atlético de Madrid gracias a unas condiciones que ya se le intuyeron cuando vestía la camiseta del Real Valladolid.
Queda ya lejos aquel Real Valladolid de la temporada 2009/10. Sí, aquel del récord de abonados y posterior descenso; de los Nivaldo, Fabricio, Pelé, Haris Medunjanin o Manucho (otro diferente al de hoy en día), pero también el de un tal Diego Costa.
El jugador brasileño llegaba al rocambolesco proyecto del equipo pucelano de aquella temporada en calidad de cedido proveniente del Atlético de Madrid, quien ya lo había cedido a equipos como el Real Club Celta o el Albacete Balompié. Fue en este último donde algunos ya pudimos intuir las calidades del ‘producto’, pero también, que el mismo no estaba rematado.
En la ya mencionada temporada, de infausto recuerdo para el sentir pucelano, Diego fue de los pocos jugadores que hoy en día rescataríamos. Hizo ocho goles en todo el curso, y bien pudieron ser más si no hubiera sido tan acosado por las defensas rivales.
Todavía no tenía Costa el pedigrí suficiente para intimidar defensas y hacer que le pitaran alguna falta a favor. Como ejemplo de esto queda el partido del catorce de febrero de 2010, que el Real Valladolid disputó contra el Real Zaragoza en Zorrilla, después del cual José Aurelio Gay, entrenador visitante, reconoció en petit comité que «no» les «había quedado otra» que frenar a la bestia en seco, con brusquedad.
Aquel día, tras innumerables abrazos de los jugadores maños en el día de los enamorados, Diego Costa acabó jugando con el brazo recogido, casi en cabestrillo, pero continuó en el terreno de juego hasta el minuto 68 cuando fue sustituido por Alberto Bueno.
Aquello ocurrió ya con Onésimo Sánchez en el banquillo, aunque José Luis Mendilibar, antes de ser destituido, había señaló en varias ocasiones el acoso y derribo que sufría el brasileño por parte de los defensas contrarios en cada partido. Diego Costa sucumbiendo ante la agresividad de la defensa rival, «¡qué ironía!», diríamos hoy en día, pero aunque ‘La Pantera’ ya afilaba garras por entonces, es distinto al actual.
Volvamos a septiembre de 2013. Diego Costa ha potenciado absolutamente todas sus cualidades; todas. Es el referente del juego del Atlético de Madrid, el eje central de todo el juego de su equipo, tanto en defensa como en ataque. En defensa es el que primero llega a la presión, quien más fuerte la ejerce y quien más pelotas roba en la zona de tres cuartos. Por si fuera poco, en las jugadas a balón parado es un zaguero más.
En ataque es la primera opción para el inicio de jugada. Courtois lanza en largo buscando cualquiera de las dos bandas, donde Costa ya se encuentra escorado para prolongar o controlar el balón. Y, a partir de ahí, se inicia todo. Aunque esto no debe serle esto extraño al seguidor pucelano, ya que el propio José Luis Mendilibar dijo de Diego Costa «que era el mejor jugador del mundo en hacer buenos todo los melones que le envíes».
El brasileño, con una potencia descomunal, apoyada en un gran físico, protege la pelota como pocos, pero también ejecuta de maravilla el regate, con una aceleración fuera de lo común para un jugador de su envergadura. Es un portento en lo físico, y también en el disparo, pues no le tiembla el pie a la hora de fusilar la portería contraria. También es generoso y multitud de internadas suyas en el área acaban en asistencia a un compañero. Es, quizá, el jugador más completo de la Liga.
Se preguntarán ustedes si no va a mencionar quien escribe la ‘excesiva’ agresividad -juego sucio, incluso- del jugador de Lagarto con tal de no menguar todos los calificativos positivos que le ha otorgado. Nada más lejos de la realidad. El fútbol canchero de Diego Costa le es inherente… e imprescindible. Si no existiera todo, no existiría el Diego Costa que conocemos, y, probablemente el Atlético de Madrid que hoy disfrutan sus aficionados.
‘El Cholo’ Simeone está encantado con su actitud en el campo, y es el primero en arrimar el mechero a su mecha. Del Diego Costa del pasado queda todo en el del presente, pero no en versión 2.0, sino superior. Es el jugador más en forma de la Liga y el que más centra el juego de su equipo en toda la Primera División. Él, más que nadie, es ‘el cholismo’ personificado.