El carrilero derecho colombiano llega a Europa para saldar cuentas con su promesa desde la infancia: triunfar al otro lado del Océano Atlántico y así viajar a Brasil con la selección nacional cafetera.
El Dios de la tinta en piel habría acogido con gran afecto en su religión a Gilberto García (Santa Marta, Colombia, 1987), porque ha impregnado su cuerpo de quince tatuajes que lo han acompañado en su crecimiento como futbolista, y en el brinco más pronunciado de su carrera: Europa.
Para Gilberto, Europa suena a culminación, a la tan manoseada palabra sueño, por deslizarse de entre tantas bocas de jugadores cuando llegan a un nuevo club. Pero disociando la hipocresía de la realidad, existe un tipo de profesionales que bien pueden ser analizados desde la segunda opción. Futbolistas cuyas vidas han girado en torno al balón, porque tras sus espaldas no quedaba más que llanuras, fracaso personal, manos sucias y hedor a avaricia.
‘Alcatraz’ giró y giró, sellando su mirada en un horizonte que solo pintaba un océano tan vasto como basta su ambición por llegar a la Selección de Colombia. Desde la infancia, le prometía a su madre jugar en Europa para, a raíz de este paso, poder regalarle una casa; y en su fuero interno, huir del desconocimiento que conllevaba recorrer los estadios, en ocasiones decadentes y húmedos, de la Liga Postobón colombiana, para ser alguien más. Edificar una familia al otro lado, y que el Dios al que dirige sus rezos sintiera orgullo de su evolución personal.
El plano familiar no se puede desligar del profesional. Y por ese motivo, a Gilberto le sonríe su Dios, porque ha logrado viajar a Europa, a España, para conocer otro fútbol, divergente del sudamericano. Apagar la llama de una lámpara de aceite y las amenazas de las barras –grupo de violentos que ocupan las gradas de muchos estadios de Sudamérica-, para encender una luz constante.
Harold Lozano, uno de los ocho colombianos que antes de Gilberto caminaron por las historias internas del Estadio José Zorrilla, fue el valedor que provocó un avance más determinante por parte de la dirección deportiva del club de la Avenida Mundial ’82 para su llegada a Valladolid. Alberto Marcos, de ojos callados, clavados en aquellos futbolistas del subsuelo mediático, pidió ayuda al ‘ Negro’ y éste despejó una incógnita que dejaba a Alcatraz como la solución y refuerzo a la banda derecha del Real Valladolid.
Al carril entero, porque, aun desempeñando su oficio en el lateral derecho, la capacidad ofensiva de cafetero lo empuja hacia tres cuartos con la asiduidad del extremo, y a línea de fondo como si buscara en esa zona del campo algo que perdió en una de aquellas apuestas de la infancia. Gilberto es carrilero, de recorrido largo como la distancia que lo aleja de su pasado.
En sus primeras experiencias con la blanquivioleta, ha alternado su posición originaria con la de hombre abierto en zonas más altas, colocándose algunos metros por delante de Rukavina, el futbolista con el que a priori deberá medirse para ser el primero. Ha cumplido el rol de extremo del último pase y arrebato. Como en el debut en La Liga.
Le atrae, además, el juego combinativo; por ello, ha seguido al FC Barcelona desde la distancia y se ha sentido cautivado por la propuesta del Real Valladolid. Salida limpia, construir desde la base y finalizar en lo más alto. Análogo a la trayectoria que Giberto quiere trazar en una carrera profesional que ya marcha cerca de la zona de creación.
Alcatraz defiende que el futbolista sudamericano libera de la sobriedad táctica al fútbol europeo. Él quiere ser quien remueva el orden del Real Valladolid y haga aparecer al caos; la chispa que sobresalga, para volver a recibir la llamada de José Pekerman, seleccionador de Colombia. Una citación que lo trasladaría al Mundial de Brasil, el afán más sobrecogedor que alberga casi cualquier futbolista.
Para conocer el desenlace de la historia de Gilberto ‘Alcatraz’ García en su búsqueda de Brasil, habrá que aguardar una temporada. La primera del colombiano en Europa. Aunque, sea cual sea la decisión de Pekerman, el carrilero del Real Valladolid reposará en un hogar tranquilo junto a su familia, plácido, y elevando la vista al cielo para agradecer a su Dios la oportunidad que le brindó.