José Luis Santamaría y Javier Yepes hablan en el curso de verano de la UEMC ‘¿Por qué el fútbol?’ del tópico sobre el futbolista inculto.
España es un país de tópicos. Unos, más ciertos; otros, menos. Relativos al deporte, muchos de ellos son pronunciados por jugadores y técnicos antes y después de los partidos. Relacionados con los futbolistas, hay uno por encima de todos. No son cultos. Vaya, que, dicho de otro modo, son tontos. Y en realidad no. O por lo menos no todos, como gremio.
José Luis Santamaría desempeñó prácticamente toda su carrera futbolística en el Real Valladolid. Era líbero, esa posición hoy tan añeja y de revista. Y muy leído. Y lo sigue siendo. De hecho, cuando vestía la blanquivioleta se ganó la fama de raro por algo que, a decir verdad, no debería sonar tan extraño.
«Cada vez que digo esto la gente se ríe, pero a mí es algo que realmente me molesta, porque detrás encierra la asunción del futbolista de que no leer es parte de lo que es y porque la sociedad lo acepta», aseveró como ponente en la charla sobre ‘El otro fútbol’ del curso que organiza estos días en Urueña la Universidad Europea Miguel de Cervantes sobre los aspectos sociales del balompié.
Javier Yepes, que formó parte del organigrama del Real Valladolid durante veinticuatro años, profundizó en esa visión que en general se tiene del deportista y afirmó que, en su opinión, está estereotipado y «metido en un escaparate». «En la élite, la preocupación es vestirse una americana y acompañar a la pareja al desfile, no leer. Pero, si tienen interés, pueden hacerlo. Tienen tiempo de sobra, lo que les faltan son ganas», añadió.
A juicio de Santamaría, los futbolistas tienen unas inquietudes mayores de lo que dicen en público, si bien no salen a la luz «por temor, por comodidad y porque los cuestionarios que se les hacen en entrevistas son siempre las mismas y no se preocupan por conocer al jugador y profundizar». «Después de los partidos, las declaraciones son simples porque ellos quieren y porque deben serlo, ya que tienen a un entrenador y a un equipo detrás», explicó.
Yepes va más allá de esta visión y cree que los futbolistas «analizan al entrenador como el entrenador a los jugadores», aunque callen luego o se queden en lo superficial. «Están tan sometidos a la presión y al estrés de la competición que adoptan una postura que consideran inteligente, lo que no quita que necesiten esa abstracción», dijo.
«Cuando jugaba, los viernes teníamos sesión de masaje con Aramayo. Siempre me llevaba un libro para la espera, pero no era el único. Álvaro Rodríguez me habló un día de Baudelaire y ‘Las flores del mar’. Abel, por ejemplo, es filósofo. Y Alberto es médico. El propio Aramayo leía mucho al gaucho Martín Fierro», relató el exjugador blanquivioleta, antes dar la razón a Javier Yepes y aseverar con firmeza que «el que diga que no tiene tiempo para leer o formarse está mintiendo».
En palabras del que fuera entrenador del Real Valladolid, «que lean sobre fútbol les ayuda a entender el juego y puede venirles bien de cara al futuro, por si quieren ser entrenadores», algo para lo que no estarán preparados per se, por el mero hecho de haber sido futbolistas profesionales, ya que «carecen de la experiencia en la gestión de grupos. Aunque conozcan los códigos de un vestuario, no por ello van a valer para dirigir».
«La formación es importantísima. Benítez, que me entrenó en el Real Madrid Castilla, viajaba a Valladolid a menudo para ver qué hacían Pacho Maturana y Javi Yepes», apostilló José Luis Santamaría. No obstante, el exblanquivioleta no se refirió tanto al estudio como, en general, a la cultura. «Mostrar unas inquietudes por el cine, la música o la literatura enriquece y ayuda a entender lo que nos rodea. Ampararse en que juegas en Primera o Segunda División es un autoengaño. Siempre hay tiempo para ir a un museo».
«No digo que estén obligados a ser cultivados, es que no quiero que acepten la incultura. Yo soy de los que piensan que para jugar al fútbol hay que ser listo. Recuerdo que, en los autobuses de mis equipos, siempre se veían libros. Si rascas, seguro que encuentras futbolistas cultos. Perfectamente esta es la imagen que se podría proyectar, de que es algo general, y no la de jugador culto – jugador raro», concluyó el exjugador.
La panacea como engaño
El malí Alassane Diakité acompañó a Santamaría y Yepes en la ponencia sobre ‘El otro fútbol’ para ofrecer un punto de vista diferente al tema propuesto, el de uno de tantos jóvenes africanos que viajan a Europa con el anhelo de convertirse en estrellas y que, engañados, acaban siendo abandonados a su suerte en el Viejo Continente.
«Mi padre no quería que me dedicase al fútbol, pero, cuando él murió, mis hermanos me dijeron: o fútbol o nada. Mi familia pagó dinero para que pudiera venir a jugar a Europa. Creí en mi representante, en todo lo que decía, pero, al llegar a París, no cumplió con su palabra», relata Diakité en un castellano más que correcto, fruto de sus cinco años en España.
«Volver a mi país iba a ser un fracaso. En Francia estaba a punto de caducárseme el visado y decidí ponerme en contacto con un primo que tenía en Madrid. Entonces vine como ilegal a jugar el Mundialito de los Inmigrantes», cuenta el africano, que consiguió que el Canillas, su actual equipo, se fijase en él.
Su fichaje por el modesto club madrileño trajo cola, ya que él que «solo sabía circular, pasar y parar», quería más. Por eso hizo una prueba con el Levante y otra con el Lorca, con el que firmó… aun cuando su pase pertenecía al Canillas, entidad a la que tuvo que volver después de que se hablase, incluso, de que había sido secuestrado por su representante.
Fue el Albacete el primer equipo que arregló sus papeles, legalizando su situación en España, si bien, con el descenso del primer equipo y su salto de categoría, de juvenil a senior, topó otra vez con la incertidumbre… aunque por poco tiempo, ya que, otra vez, el Canillas le abrió sus puertas.
Avatares del destino, con el paso de los años, ha acabado por echar raíces en Madrid y sigue siendo «la clave» para su familia. No porque alcanzase el profesionalismo, como soñaba con hacer, sino gracias, en parte, a ‘Diamantes negros’, película en la que ha participado como actor y que relata una situación muy semejante a la que Diakité vivió.
«El papel me llegó por casualidad. El director fue a la embajada para tramitar los papeles para viajar a Mali y le puso en contacto conmigo. Después de empezar a trabajar con Miguel Calatayud –el director-, el guión cambió mucho. Lo que no conseguí cambiar fue el tener que hacer de camello», dice hoy Alassane entre risas, sobrepuesto de las incomodidades de su llegada a España y convertido en una figura que lucha contra el tráfico de niños en el fútbol; para evitar que vuelvan a producirse historias como la suya.