Jesús A. Zalama habla de la distracción que supone la polémica que rodea al alemán antes de sellar la salvación.
Quince partidos y poco más de 1.100 minutos han sido suficientes para detonar el ‘Escándalo Ebert’ en el Real Valladolid. Parece ser que tenemos la mecha muy corta y es fácil provocar estruendo, dado el jaleo que se escucha fuera porque hasta en las portadas aparece el alemán, y desgraciadamente no con motivo de sus goles o asistencias.
Corea del Norte enseña los dientes, pero apunta y no dispara. El Atlético de Madrid, en cambio, oculta lo que parece más que evidente y el Real Valladolid suelta sus octavillas. Mientras, Patrick Ebert contradice a Miroslav Djukic sobre los minutos que puede jugar en un partido, y este en la rueda de prensa post-partido señala la humildad como el punto dominante en este bajón, segundo de la temporada, del Real Valladolid.
Luego Óscar, el primero en hablar de Europa ya el año pasado, y no a micrófono cerrado, sino en plena balcón consistorial en la celebración del ansiado ascenso, desmiente a su entrenador con respecto al tema de la humildad. El río ya no solo viene revuelto, sino crecido.
Abriré la boca aunque me entren moscas, y nadaré contracorriente si hace falta, pero como aficionado no puedo quedar indiferente ante esta situación. Siempre este tipo de cosas saltan cuando más daño puede hacer, aunque ojalá miremos a Pisuerga (el pabellón, no el río) para comprobar que cualquier situación, por desastrosa que sea, no debe amedrentar ánimos ni esfuerzos.
Me parece #lamentable cualquier tipo de negociación a espaldas de un club, sea o no sea legal; y con esto quiero decir que si Ebert se enterara antes que el propio Real Valladolid del interés de un club en contratar sus servicios con menos de seis meses de contrato, mi postura sería igual de tajante. Hay una serie de principios no escritos que se suelen romper en esas circunstancias, y que una vez traspasados solo perjudican al club que posee un jugador que ya tiene su cabeza en otra parte.
Igual de #lamentable me parecería la actitud de Ebert si este se dejara de partir el pecho cada vez que tuviera la oportunidad de jugar, que la del aficionado que se encontrase velado ante la realidad. Esta realidad a la que me refiero es algo que no ha cambiado nunca en el Real Valladolid desde que tengo conciencia: somos un club pequeño y lo bueno que tenemos lo debemos vender.
Entre tanta vorágine y detonación se nos cuela un partido complicadísimo y del que no habrá retorno. Si ganamos, toda esta rumorología quedará en un segundo plano (para nosotros, o sea Valladolid, quiero decir), porque habremos dado casi el penúltimo paso para la permanencia, en cambio, si perdemos, todo se achacará a que hay jugadores que ya no están implicados, a que Djukic no está sabiendo manejar el ego de la plantilla, a que el río se desborda, a que las nubes no levantan…