El Real Valladolid vuelve a ganar tras cuatro jornadas sin hacerlo, gracias a una lección de competitividad e inteligencia ante un Rayo que frena su escalada.
Llegaban a Vallecas inmersos en la peor racha de resultados, y juego, de la temporada. Las ausencias escocían, porque agitaban el ideal de Miroslav Djukic del juego asociativo por bandera, del bloque edificado sobre la posesión como forma necesaria para seguir siendo ellos mismos. Las adversidades, y los resultados de las últimas jornadas, solicitaban una transformación que mantuviera al Real Valladolid en la carrera por competir. Y respondieron siendo un conjunto.
La formación del equipo blanquivioleta, con la entrada de Alberto Bueno en la mediapunta, en sustitución de Óscar –convocado, pero aquejado de una lumbalgia- y la ubicación de Manucho como delantero de referencia, señalaba que, si no podía tener el balón, emplearía otras cartas que fueran igualmente afiladas ante el fútbol ofensivo del Rayo Vallecano. Y las empleó, aunque no de un modo previsible que ofreciera facilidades en la salida y circulación del balón del entramado franjirrojo.
Desde los primeros instantes del encuentro, los blanquivioleta desplegaron una presión alta, cimentada en dos futbolistas que se erigieron en protagonistas, Manucho y Alberto Bueno. El Real Valladolid dificultaba la salida limpia de pelota de Fuego y la pareja de centrales vallecanos, discutía la posesión y buscaba achicar las posesiones del conjunto de Paco Jémez, aunque éstas fueran más largas que las pucelanas.
La clave del pressing ofrecido por el Real Valladolid residía en hacer de Baptistão y la línea de mediapuntas rayistas, adversarios menos portentosos, más frágiles. La carencia de peligro evidente en área pucelana en algunos tramos del primer periodo no se correspondía con acierto en los últimos metros del Pucela. Y esta situación de equilibrio no podía alargarse mucho más.
El Rayo expandió su luz en forma de centros laterales que generaban las primeras ocasiones claras de los locales –con significativas actuaciones de los laterales del Rayo, Casado y Tito-, y también mediante el control del partido que comenzaban a tomar. Ante el paso delante de los vallecanos, el Real Valladolid sacaba la carta de la verticalidad y el fútbol directo para quitarle metros al rival y quedárselos ellos.
Djukic robaba la esencia del Rayo de Jémez y la hacía suya. Mientras el balón no correspondía a las intenciones del Rayo Vallecano, los pucelanos continuaban con una presión que derivó en los diez mejores minutos de fútbol blanquivioleta desde aquellos frente al Athletic Club en el José Zorrilla.
Sastre, autor de los minutos del Valladolid divertido, se liberó de la armadura que lo había mantenido jornadas atrás demasiado cerca de Álvaro Rubio, liderando el pase horizontal, pero incapaz ante el despliegue ofensivo. En la primera ocasión clara de los castellanos, el mediocentro del Pucela sirvió para que Omar, tras fintar a dos futbolistas franjirrojos, enviara un balón por encima de la portería de Rubén.
Acto seguido, con un Real Valladolid que quería hacer suyo el partido, Alberto Bueno, el futbolista más activo en fase ofensiva de los blanquivioleta, obligó al guardameta rayista a lucirse con una fabulosa intervención que impidió el primer gol del choque. Y Lluís Sastre, rodeado por un aura de buen fútbol, realizó un gran disparo desde la frontal del área que impactó en el larguero. Intervalo de ocasiones y juego que rescató una identidad algo escondida en las últimas actuaciones del Real Valladolid.
El conjunto indivisible se siguió observando en el segundo tiempo. Inquietaron en la iniciación del Rayo, en parte por el trabajo sin balón de Alberto Bueno y Manucho, y estas decisiones supusieron que el equipo de Jémez no estuviera cómodo ni en campo propio ni en el rival.
Pero, como en el primer periodo, los rayos surgen para brillar, aunque sea de forma fulgurante. Una doble ocasión de los locales, por medio de Chori y Tito, hizo que Dani tuviera que emplearse por vez primera en el segundo tiempo.
Pese a los latigazos del Rayo, el primer golpe lo propinó una falta botada por Bueno y rematada en propia meta por el central rayista Jordi Amat. El suspiro de lamento del catalán se extendió menos en el tiempo que su reacción para, tras el saque de centro del campo, marcar un gol desde la mitad del campo ante un Dani Hernández adelantado.
Dos tantos en un minuto que presagiaban vértigo en los capítulos finales. Y entre el vértigo, Bueno robó la pelota a Gálvez, de nuevo en la fase de salida del Rayo, se sumergió en el área y ofreció un pase franco a Manucho, quien marcó el definitivo gol del triunfo.
El enganche pucelano, asistente en el gol del angoleño, volvió a rozar el gol con un golpeo que finalizó en la cruceta de la portería de Rubén, pero Djukic lo sustituyó por Javier Baraja para cerrar líneas de pase en la zona ancha y mantener el resultado, mientras la banda sonora del Estadio de Vallecas sonaba a la ovación de la hinchada blanquivioleta desplazada.
El Real Valladolid, inteligente, continuó presionando para cercenar las opciones de gol rayistas. Sin embargo, Tamudo, que había entrado en sustitución de Javi Fuego para acrecentar el ataque del Rayo en los instantes finales, tuvo tiempo para ofrecer la ocasión más peligrosa de su equipo en toda la segunda mitad, ya en el descuento. Un remate de cabeza que desvió, en una parada extraordinaria, Dani.
Así, un Real Valladolid ordenado, competitivo, indivisible, anuló las cualidades del Rayo para maximizarlas él mismo, volver a vencer y acercarse aún más a la meta marcada.