El delantero francés continúa regresando al nivel futbolístico que alcanzó la temporada pasada, en la que anotó 32 goles entre todas las competiciones.

Dicen de él que no es un delantero como los de antaño. De los ya insólitos, grandes, corpulentos, anclados en el área, su esfera de oxígeno. Karim huye de ella para respirar, y encuentra la satisfacción rodeado de defensores a los que atrae como el desparpajo del bailarín a las mujeres.
Sella la línea a seguir de los arietes del futuro. Embusteros, porque para conseguir logros en el verde hay que serlo, y más en terrenos pedregosos como son las áreas. Y por eso, corre como levitando hacia los dos costados, donde estira la línea defensiva, donde habilita los espacios interiores y fija sus ojos oscuros, árabes, para asistir al compañero.
Benzema muestra un rostro grave, distraído. Se evade ante el tumulto fuera del hábitat en la que sabe danzar. Se embute en sus vistosos auriculares Beats, desde los que fluye la música que suena en su cabeza antes de transformar su personalidad timorata en clarividencia con la pelota.
La intuición para dañar al rival sin apenas rozarlo ya la poseía antes de llegar al Real Madrid en julio de 2009. Antes de embarcarse en la elefantiásica nave dirigida por Pellegrino, y un año después, por José Mourinho, ya había forjado un nombre en Francia.
En el Olympique de Lyon, club de la ciudad que lo vio nacer –aunque de ascendencia argelina-, le colgaron el cartel de jugador franquicia. En la selección francesa –debutó en marzo de 2007- era el ‘9’ y en él guardaban confianza. La necesaria para definirlo como uno de los delanteros más prometedores del escenario europeo.
En su equipo de siempre obtuvo cuatro ligas y tres supercopas, a las que se le sumaron dos galardones individuales como mejor jugador y mayor goleador en la Ligue 1 de 2008. Aun así, su madurez futbolística permanecía lejana.
El tren del Bernabéu hacía parada en la estación de ferrocarril de Lyon Part-Dieu, y Karim estaba allí. Se subió y, tras el trayecto que lo había llevado a triunfar en el club lyonnais y en las categorías inferiores francesas –en las que levantó la Copa de Europa sub 17 en 2004- y fue recibido por quince mil voces que lo aclamaban y un panel enorme que exhibía la volea de Zidane, mientras sonreía un tanto aplacado por el ambiente. Levantó los pulgares, se inclinó hacia el micrófono con las manos cruzadas en su espalda y gritó «¡Hala Madrid!».
La puerta que le invitaba pasar a una dimensión más elevada del fútbol se había abierto el día de su presentación con el Real. Pero en todo paraíso, existe el obstáculo al que el delantero francés no fue ajeno.
Su primera temporada, bajo los mandos del chileno Manuel Pellegrini, no se desarrolló como se podía esperar dada su falta de adaptación. Ocho goles en La Liga, frente a los veintisiete de su perpetuo competidor, Gonzalo Higuaín, arrojaban unas sensaciones agrias, demasiado después de no alcanzar ningún título.
Con Mourinho comenzó a madurar, transitando sobre una montaña rusa de lesiones, picos de forma y rendimiento, suplencias y titularidades. El quid de la cuestión suponía atravesar etapas de sufrimiento para salir revitalizado y progresar. Esa ruta siguió Karim. Y del leve ostracismo a empotrarse, de repente, con el peso del gol, con el halago, con el arrepentimiento de la crítica y su connatural escepticismo.
Benzema comenzó a danzar en 2011, espoleado por la lesión del ‘Pipita’ Higuaín y pese a que el Real Madrid no levantara más que la Copa del Rey. Convirtió veintiséis goles en 48 partidos disputados y fue el segundo máximo realizador, superado por las cuarenta dianas de Cristiano Ronaldo.
Pero el año en el que se graduó en la élite fue en la temporada 2011/12, porque sus cualidades reflotaron y de la opinión pública brotaron nuevas descripciones del francés. Le atribuyeron la cualidad de la solidaridad, por su don para asistir y compartir en lugar de vagar solo; comenzaron a asemejarlo con el violín, por su gesto técnico, que evocaba elegancia; y le despojaron de su rango de ‘9’ para hablar de él como un ‘9’ con alma de ’10’. Un centrocampista en la vanguardia.
Aquella temporada el Real Madrid se impuso en La Liga y Benzema finalizó la campaña más goleadora de su carrera, fruto de 32 goles -veintiuno en liga y siete en Champions-.Ya no se percibían vacilaciones acerca de ese tipo de carátula apocada frente a las cámaras, rebelde en su interior y estética junto a un balón. Benzema sigue bailando.