Jesús Antonio Zalama tiene una certeza allí donde otros guardan incertidumbre: en el rendimiento de un punta angoleño reivindicado con el gran partido realizado contra el Rayo Vallecano.
Para hablar de Mateus Alberto Contreiras Gonçalves, alias Manucho, hay que hacerlo con la boca bien mesurada y la mente en clara posición sincrónica, al valorarle, y diacrónica al juzgarle.
No es lo mismo hablar del ‘Manucho jugador’ que del ‘Manucho personaje’. Es mucho más fácil hablar del segundo. Para ello sólo hay que ser un comedido vallisoletano más, y entrar a juzgar por lo que sabemos de oídas, sin conocer a la persona en realidad. «Cuando el río suena…», mala cosa, el río no suena, suena el agua, y si hacemos caso a ésta, nos podemos ver turbios. No seré yo quién para juzgar al ‘Manucho persona’, ya que no lo conozco, ni tampoco a quienes sí lo hacen, ya que también soy desconocedor de sus motivos para, en muchas ocasiones, hacer ciertas cosificaciones tan descarnadas.
Comenzando con lo que de verdad nos atañe, haré referencia a un artículo, ya aquí anteriormente publicado por un servidor, en el que defino a Manucho como un romántico, y que ilustra muy bien lo que representa en el José Zorrilla. Situando el artículo cronológicamente, digo que no me he equivocado aún, e incito a todo el que quiera a leerlo.
Mucha gente quedó perpleja con la actuación del ‘nueve’ de Angola -recordemos que es el único jugador de campo, internacional con su selección en este desprovisto Real Valladolid-, pero yo solo disfruté, sabiendo que todas aquellas palabras que he repetido tantas veces se habían transformado en hechos plausibles y objetivos: «Manucho el domingo fue mejor que nadie».
¿Qué más puede hacer un delantero en el Real Valladolid de lo que vimos desempeñar a Manucho contra el Rayo Vallecano? Dejaré fuera el puro aspecto simplista de los dos goles y las dos asistencias, de las que cualquier persona a vuela pluma podría hablar. Eso que lo hagan los que resumen un partido en seis goles.
Desde el grandísimo Joseba Llorente, sin lesiones, claro está, no veía tal trabajo en un delantero centro en este equipo. Manucho corrió, tanto a la presión de los centrales y del portero, como a las contadas ayudas que tuvo que realizar debido a la presión de Óscar. Manucho luchó cada balón, y en todos superó a sus rivales, en cada salto, en cada choque. Solo la inocencia del árbitro permitió que con las faltas que a su paso acudían, errase en contadas ocasiones con sendas acciones.
El angoleño dio respuesta al paupérrimo juego de pies de Jaime, ganando los balones no en la línea de tres cuartos, sino cinco metros antes, donde las medulares contrarias, y más las de este Rayo, hacen aguas. El ‘palanca negra’ fijó ya no a los centrales, sino a todo el sistema defensivo, tanto medios como zagueros, que solo pudieron pararlo con faltas.
Asistió como nadie a sus compañeros con las dos piernas, con la cabeza y hasta con el pecho, con el que detenía y acomodaba los últimos pelotazos del encuentro. Él fue el Real Valladolid, sumido en una vorágine de «balones a Manucho», expresión bien repetida por algunos.
«¿Y ahora qué?», se pregunta la afición vallisoletana. Pues ahora toca arrepentirnos, por haber ridiculizado al delantero con mejores condiciones físicas que probablemente jamás haya jugado aquí. Puede que no vuelva a marcar un gol en toda la temporada, o si lo hace sea con cuentagotas, pero algunos creemos que quizá lo que necesitaba el angoleño era dejar de ser el blanco de flechas envenenadas, y que los ojos ávidos de críticas se tornaran hacia otros.
Convencido estoy; puede repetir su aportación en cuanto al trabajo, apoyo táctico, y esquema inicial en cada encuentro. Los goles, como bien dice alguno de sus compañeros, vienen por rachas. Algún descabezado deberá recordar, cuando lleguen las vacas flacas, que él ha marcado más goles que ningún delantero de la actual plantilla en Primera División. Como buen romántico, una vez más, el bueno de Manucho no dejará a nadie indiferente, abriendo las rapaces bocas de los agresores de la palabra, quienes graznarán pidiendo su cabeza.