Mario Súarez es cada vez más importante para el esquema de Diego Pablo Simeone. Su lugar, el mediocentro; guardaespaldas de la magia ofensiva de un Atlético de Madrid cuya solidez y orden táctico es una de sus mayores virtudes.
El fútbol, y la multitud de escenarios que lo rodean, exigen cada vez más al jugador que se convierta en figura capital de su equipo con una edad en la que el resto de mortales aún no han terminado la carrera universitaria. Desean ver triunfar a jóvenes menores de edad, que sean ellos quienes retumben estadios, la seña del club y reciban el calificativo de ‘ídolos’. Pero las trayectorias, para ser fructíferas, suelen cruzar todas las estaciones, sin obviar ninguna.
Mario Suárez tiene veinticinco años. Aunque para el aficionado de Valladolid, podría parecer que lleva toda una vida jugando al máximo nivel, porque desde que mediocentro del Atlético de Madrid vistiera la camiseta del equipo pucelano han pasado años y ocurrido muchas cosas, como el ascenso de los récords, en el que estuvo presente.
Al Real Valladolid llegó en forma de cesión el verano de 2006 -después de conseguir el Campeonato de Europa sub 19 con la selección española-. El varapalo de la temporada anterior avisaba al club pucelano de que un viraje en el sentido deportivo se hacía indispensable para retornar a la máxima categoría. No se podía esperar más, ya que el hedor a fracaso era insoportable.
El desasosiego pronto dio paso a un triunfo subrayado por la labor de José Luis Mendilibar y un vestuario que, sin miedo al error, se proclamaba como uno de los más compactos en los últimos tiempos. Entre aquellos integrantes, un bisoño Mario Suárez intentó hacerse un lugar en el eje del equipo. Espacio que nunca llegó a conquistar.
Pese a no hacerse con la titularidad en un conjunto cuyo centro del campo lo comandaba el inagotable Álvaro Rubio, se recuerda con simpatía y agrado. No dejaba de tener diecinueve años, y el nivel mostrado, pese a no ser algo, vislumbraba algo.
En Valladolid, Mario Suárez vivió un periodo de formación. Primeras experiencias fuera del club que lo acogió en su cantera, el Atlético de Madrid, y que lo cedió con vistas a su incorporación definitiva al primer equipo madrileño cuando cumpliera las etapas necesarias. Disputó veintitrés encuentros con la blanquivioleta en los que dejó la sensación de ocultar algunas cualidades que poseía; de no enseñar todo.
No obstante, se percibía la existencia de calidad. La que emergió años después, y no la temporada 2007/08 en el que permaneció cedido en Segunda con el Celta de Vigo. Con los celestes, en un año desabrido, tampoco vislumbró el resquicio que diera solución a la pregunta de ¿qué esperas para darlo todo? El brinco a la Primera no había llegado todavía. Suárez tenía que reencontrarse.
Entonces, al finalizar su estancia en Vigo, contempló su primer punto de inflexión significativo al sumarse al proyecto del Mallorca. Era Primera División. Los interrogantes comenzaban a derrumbarse. La intuición de los aficionados vallisoletanos, que mantuvieron un sabor agridulce por la etapa de Mario Suárez en Pucela, se iba a cumplir.
Fue en Palma donde exhibió lo que años antes tardó en enseñar. En las dos temporadas que pasó en el club bermellón, acumuló sesenta encuentros en La Liga. En su primer periodo, en la 2008/09, fue partícipe en veintiséis partidos, mientras que una campaña más tarde, la que le impulsó, de nuevo, al Atlético, jugó 34 encuentros en los que marcó cinco goles.
Números, rendimiento, madurez y retorno a casa, con veintitrés años y la espalda cargada de minutos y viajes. En un maremágnum de irregularidades y alteraciones en el club atlético, Mario y su equipo de siempre iban sumando títulos.
En el verano de 2010, con el flamante mediocentro de vuelta entre los suyos, el equipo de Quique Sánchez Flores, liderado por el Kun Agüero, conquistó la Supercopa de Europa, derrotando al Inter de Milán por dos tantos a cero.
En aquella temporada, Suárez sumó veintisiete partidos en liga y dos goles, siendo el décimo jugador de la plantilla con más minutos en esta competición -1.651- . Su año estaba aún por llegar.
La pasada campaña, todo cambió cuando el ‘El Cholo’ Simeone se hizo con el timón de un equipo cansado de Gregorio Manzano. El gen competitivo del argentino se mutó en el organismo de todo el equipo y despertó el ‘cholismo’ entre la inmensa mayoría de los aficionados rojiblancos. Aumentó las pulsaciones de cada cual, elevó exponencialmente las prestaciones que podían ofrecer, entre ellos Mario Suárez.
En Liga, el ‘4’ rojiblanco compareció en veintiocho encuentros en los que disputó 1.966 minutos, posibilitando, junto a Gabi y Tiago, que la espontaneidad de Arda Turan, Adrián o Diego se hiciera virtud y creara adicción, como así fue. Una adicción engrandecida por ‘El Tigre’ Falcao.
El segundo punto de inflexión de Mario Suárez nació en las dos finales europeas. Ahí se inició su tiempo, que se prolonga al ahora. Así, en la final de la UEFA, se reunieron dos modelos. La inteligencia defensiva y la sorpresa en tres cuartos del Atlético -encabezada por un tigre cuyas garras se agigantan dentro del área-, con la irreverencia y osadía de los leones de Bielsa. Todo quedaba entre animales del fútbol.
En ese escenario, Suárez exigió su cuota de responsabilidad y protagonismo; y la encontró, anulando la creación del Athletic, sublimando el orden y reduciendo a la utopía toda locura que no saliera de las botas de Radamel Falcao.
Aún, deseaba demostrar que su tiempo es éste, que ya forma parte inevitable del centro del campo de un Atlético famoso en Europa. Y lo hizo en agosto, en Mónaco, ante los rostros impotentes y superados del Chelsea, vigente campeón de la Champions League. Alzó la Supercopa de Europa, más suya que nunca por su trabajo en el mediocentro posicional del Atlético, donde está evolucionando, como los aficionados intuían.