El central derecho ha desterrado su condición de mediocentro común para convertirse en un futbolista de garantías en defensa.
El verano de 2011 prometía turbulencias en una zona de mediocampistas repleta, que Miroslav Djukic quería despejar para confeccionar una plantilla equilibrada. El nombre de Jesús Rueda aparecía en una larga lista a la que debía restar algunos nombres. Pero el entrenador serbio vio algo en aquel futbolista vigoroso, imponente. Lo recogió del desván de la incertidumbre para situarlo en el centro de la defensa. Entonces, su historia cambió de forma definitiva.
La temporada anterior, bajo las órdenes de Antonio Gómez y, posteriormente, Abel Resino, sus apariciones con el Real Valladolid se contaron con los dedos de las manos, y uno más. Disputó once encuentros de liga y dos en Copa del Rey, sumando 859 minutos. No se asentó en el centro del campo y cumplió su papel en la sombra, a la espera de demostrar por qué podría ser uno de los futbolistas con más futuro de la cantera blanquivioleta.
Rueda ya había experimentado la sensación de verse primordial en un terreno de juego. En la temporada 2009/10 se marchó cedido al Córdoba CF, para disfrutar de minutos en una segunda división desconocida para él. En el equipo blanquiverde jugó treinta partidos y sumó 2528 minutos, en los que marcó dos goles.
En aquel máster de un año que hizo en Córdoba, tuvo como entrenador a Lucas Alcaraz. Los ojos del preparador granadino fueron los primeros en contemplar la posibilidad de ubicar al corpulento, pero también técnico centrocampista en una zona más retrasada y aprovechar su innegable capacidad para el juego aéreo y criterio táctico.
Aunque se ganó la titularidad en el medio campo, una lesión sufrida tras caer mal en un salto, frenó su evolución durante dos meses. A su regreso, inmerso en el tramo final de la campaña, ya no iba a ser el mismo mediocentro común, al que podía resultarle complicado deslumbrar en esa posición.
Ocurrió en un encuentro de liga ante el Huesca en el que Lucas Alcaraz decidió probarlo como central. Su experimento resultó un éxito. Premonición. Desde aquel momento, se ganó la confianza en el centro de la defensa hasta el fin de su cesión en la entidad cordobesa. Comenzaron, así, a emerger las raíces de una de las reconversiones de la temporada: la reconversión perfecta.
Desde su aterrizaje en Valladolid, Miroslav Djukic no cejó en la intención de ver a Jesús Rueda como un defensor. De desperezar aquel rol que permanecía esquinado después de un año sin protagonismo. Su ‘nuevo central’ pasó a ser un proyecto particular del técnico balcánico.
Durante la pretemporada del conjunto albivioleta, el viejo elegante líbero le enseñó y afianzó los conceptos defensivos que le han llevado a convertirse en el líder de la defensa -junto con la del Celta- menos goleada de la categoría en competición regular con 37 goles.
Y durante la temporada, se produce la transformación. El paso de la mediocridad a la autoridad, impulsado por la confianza que permite dejar de ejercer un rol para asimilarlo como algo propio. Encontrar el momento idóneo para descubrir a un central excelente donde antes figuraba un centrocampista más.
Jesús Rueda acaba de finalizar la mejor temporada de su vida deportiva, siendo el jugador de campo con más minutos jugados en liga regular -3507 en 39 partidos-, y segundo más habitual en el once de Djukic, sólo rebasado por el guardameta Jaime. Líder de la Segunda División en recuperaciones de balón, con 385 en competición regular; ha marcado un tanto que dio un punto ante el Recreativo de Huelva.
Tácticamente fabuloso, posee técnica y una visión de juego que le permite superar líneas de presión mediante pases y movimientos verticales, que le recuerdan que una vez jugó unos metros por delante. Seguro al corte, pese a no considerarse un defensa veloz, se erige, además, como complemento esencial en la salida de balón.
‘La Liga de las Estrellas’ espera presenciar esas cualidades. Y numerosos ojos, como en su día los de Lucas Alcaraz o Miroslav Djukic, se fijarán en él.