El fútbol, no importa la categoría o popularidad del equipo, ofrece situaciones de un significado amplio. Pero se hace complicado poder definir todo lo que generan. Por ello, juegan en el estadio de lo abstracto. De lo más íntimo.
Imagina que no puedes ver aquel momento. Ni existe medio alguno para poder visionar lo que ocurrió. Ni estuviste en aquellas coquetas gradas del estadio Los Pajaritos. Allí, se dijo que, ese pequeño futbolista, robó la pelota en el círculo central y la condujo, pegada al pie, hasta el fondo de la red.
Se dijo que la respiración de todo espectador se paró durante los ocho segundos en los que Sisinio galopaba hacia el área, apenas encimado por el mediocentro Sunny, a quien eliminó por su potencia y decisión en los metros anteriores al rugido artístico.
Alguna voz llegó a jurar que ojos como esferas expectantes y silenciosas formaban un pasillo enorme que esperaba el cenit. La mirada de ese extremo encantado de jugar por dentro estaba fijada en el gol, como tren que transitaba por el carril central.
Nadie le había dado el derecho de pintar una obra de tal valor. Pero la pintó. Sus pinceladas, afiladas, engañaron al central Culebras, y le sirvieron, con un quiebro hacia la izquierda, para adecuarse al espacio y golpear con el exterior de su pie derecho. El balón, calmado y exhausto, finalizó esa fugaz travesía inventada por Sisinio.
Acto seguido, trotando, se acercó a la zona donde esperaban los radiantes aficionados blanquivioleta; los señaló y agarró el escudo de su camiseta. Aquellos ocho segundos representaban sólo el preludio de una obra más grande.
La jugada transcurre desde el minuto y 39 segundos hasta el minuto y 47:
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