Un relato de Alberto López en homenaje al Nuevo José Zorrilla.
Tu gris fachada aviva las lágrimas de mis ojos al recordarme mi niñez, que ya era tu adolescencia. El resplandor de esas grandes jugadas -¡pura poesía!- a las que diste cobijo aún tintinea en la mirada de aquellos que las vieron. El brillo metálico de nuestro único título aún se cuela por cada rendija de tus muros y escala con paso firme por tus escalones. El noble halo de nuestros antiguos héroes sigue allí, fiel a ti.
Sin ser vivienda de nadie, eres casa de muchos, que vinieron para quedarse; hospicio de otros tantos, que llegaron para irse. Y más que casa, castillo; de pared de piedra y foso, fortaleza de los locales y objetivo de los foráneos.
Orgullo de la ciudad a la que vigilas desde las alturas. Recinto de verde jardín central. De sur abierto al sur, de lluvia, de helar… Y aunque frío, treinta años ya, siempre estoy cómodo en tus gradas. Y aunque frío, siempre despiertas mi ardor guerrero. Felicidades, Zorrilla, por veterano. Y gracias, Zorrilla, por ser mi hogar.