Con los años, la inocencia se pierde… también en lo relativo al fútbol.
Miraba atento, pero con distancia, a esos dos hermanos de unos siete y diez años. Ambos portaban una camiseta del Real Valladolid y esperaban, en la puerta de salida en zona mixta, a sus ídolos. Les brillaban los ojos.
Entonces, a mi mente volvieron reminiscencias del pasado, cuando el fútbol despertaba esas mariposas en mi estómago y la noche previa al partido sólo creaba una historia silenciosa de cómo podría transcurrir un futuro que, en bastantes ocasiones, no llegaba como imaginaba.
Me acerqué hacia la acera contigua a la puerta en la que aguardaban los dos críos. Se giraron para mirarme, pero rápidamente se volvieron hacia la dirección en la que los futbolistas iban a salir. Estaban abstraídos. Embargados por un momento de felicidad. Yo preparaba una entrevista con uno de los miembros de la plantilla.
El sentimiento se llamaba Pucela. En el tiempo de espera, intercambié algunas palabras con ellos. Seguían expectantes y arrojaban la emoción mitificada de la inocencia. Los niños perciben más. Viven los momentos de forma más intensa. Y lo difícil es mantener ese estado libre de preocupaciones cuando creces y éstas torpedean, en mayor o menos medida, tu vida diaria.
Para los dos pequeños hermanos, sólo había un equipo. Lo manifestaron con decisión. Ni los grandes, ni los ganadores, podían suponer para ellos un espejo en el que verse reflejados. Su espejo era más humilde, quizá menos vistoso y menos caro. Pero lo querían igual. Ese espejo era el Real Valladolid.
Para el niño, libre de preocupaciones, su equipo son los once jugadores que salen a ganar honestamente cada partido, que representan una ‘familia’, también a ellos mismos y una forma de vida superior a una actividad de ocio. Para el niño, el Real Valladolid es parte de él y de su personalidad, a la que ayuda a definir.
Pero el niño crece. Las inquietudes vitales comienzan a superponerse a las percepciones románticas del pasado. Las mariposas vuelan y no vuelven. Te das cuenta, cuando aprendes a nadar y a bucear, que detrás de esa camiseta blanquivioleta, existen contratos, cláusulas, cifras, conveniencias, agentes que deciden el rumbo del futbolista. Y mafias.
Empiezas a ser consciente de que esos hombres de traje y corbata, con hedor a cinismo y a puro habano, sonríen por las victorias para erigirse salvadores. Si los goles no llegan, los héroes tambalean. Y también sus cuentas. Esos dos pequeños hermanos no ven negocio en el fútbol, sino un espectáculo que les gratifica y con el que crecen día a día. Esa unión es indivisible.
Con el tiempo, la madurez te pone a prueba. Puedes decidir guiarte por la candidez y caer en continuas trampas, o despertar de tu sueño y ver la realidad.
Abrir los ojos suele implicar desencanto. En fútbol, como en otros ámbitos, también ocurre. Lo difícil es mantenerse ilusionado.
Aquellos muchachos no conciben la otra cara del Real Valladolid. La otra cara del fútbol. No les resulta sencillo ver la posibilidad de que el club blanquivioleta sufra económicamente. Para ellos es un juego.
Saltamos años en el tiempo. Ya somos mayores. Conocemos la cruda cara de la realidad y que el Real Valladolid está al borde de la ley concursal. Que esos fetiches personales reflejadas en posters y fotografías, con los que hemos crecido en el mundo del fútbol, también albergan preocupaciones más allá de si la pelota entrará o no.
Ahora, cunde el nerviosismo. El desasosiego tan odiado de la realidad. No terminas de ser consciente de que vives al filo de la navaja hasta que te roza.
Sin embargo, esos jugadores que levantan pasiones sin ser mediáticos están transmitiendo la tranquilidad que solicita la afición. La transmiten, ante todo, con el buen ambiente y en el terreno de juego. Tormenta continuada, mucho barro y suciedad, pero el Real Valladolid es segundo. Se acostumbra a ganar.
Por todo ello, aparece un recuerdo del tiempo en el que tu primer pensamiento al despertarte era la victoria del Real Valladolid el día anterior. Abres los ojos de nuevo, pero en esta ocasión percibes que esa candidez no se ha ido del todo; que el Real Valladolid está llamando a esas mariposas que un día se fueron. Abres los ojos y ves que la ilusión y la fe vuelven en los momentos más duros.