Terminado y cerrado el mercado invernal, el Pucela ha intentado una auténtica revolución para intentar revertir la situación que nadie se hubiera imaginado a principio de temporada, cuando todavía ganábamos y marcábamos goles fuera de casa.
Muchos jugadores se han ido y otros tantos han llegado, contando además con la marcha hace ya varias semanas de Antonio Gómez. Cuatro jugadores -Keita, Guilherme, Calle y Arzo- han cerrado la puerta por el lado de fuera, y cinco son los que se han incorporado -Matabuena, Juanito, Faria, Nafti y Ferreira-. ¿Qué significan todos estos cambios? No indican solo la llegada de refuerzos, implican que las oportunidades para «los de arriba» empiezan a terminarse.
Si desde verano, que comenzó la temporada, ha habido tantas idas y venidas, tantos vaivenes y bandazos, significa que la planificación se puede calificar como pésima en el Real Valladolid. Cosa aún más grave teniendo en cuenta que se trata ya de la segunda temporada consecutiva.
Algo han hecho mal García Calvo y Carlos Suárez -aunque el año pasado fue Olabe el acompañante de Suárez- para que haya tenido que pegarse semejante golpe de timón a mitad de temporada. Desde hace ya varias semanas un sector de la afición lleva pidiendo la dimisión del presidente, e incluso se ha llevado a cabo una campaña en redes sociales como Twitter que no progresó lo suficiente para tratar de echar a Suárez por parte de la afición.
Y si son los propios Carlos Suárez y García Calvo los que han decidido que era el momento de cambiar para buscar mejores resultados, ahora deben de ser los jugadores nuevos, los que acaban de llegar en este recién cerrado mercado a los que se les ha dado una oportunidad, los que deben cambiar la dinámica del equipo.
Y de ellos dependen al 100% la poca credibilidad que les queda al presidente y al director deportivo. Si la última oportunidad se desvanece, los próximos que deberían ser cambiados quizá no deban ser los jugadores, esperando que para entonces no estemos en Segunda B.